“Si lees los datos que a diario produce el establishment científico sobre el estado del mundo y no eres pesimista, no has entendido los datos”, dice Paul Hawken en su obra Blessed Unrest (2007). “Pero si miras a tu alrededor, te darás cuenta que nunca antes en la historia del mundo ha habido tantas personas donando su tiempo y energía para restaurar la gracia, la justicia y la belleza a nuestro mundo”.
Y es cierto: Hawken, que ha viajado a lo largo y ancho del globo dando conferencias, muestra como evidencia una colección de casi un millón de tarjetas de presentación de personas que encabezan algún esfuerzo por reparar el daño que nuestra forma de vida ha causado en el Cosmos. Organizaciones que van desde las multinacionales con centenares de empleados, fundaciones millonarias, vecino organizados y lobos solitarios con causas tan variadas como sus medios: desde la señora que lucha sola por salvar un árbol viejo, hasta los adolescentes que hacen campaña en Internet por los perros de la calle, a organizaciones que luchan por erradicar la malaria, salvar al hurón de patitas negras o erradicar el trabajo infantil.
Hoy que la queja por la destrucción del mundo está de moda, no está de más recordar que esta tradición de restaurar al Mundo viene de muy atrás.
De hecho, en la Cábala Lurianica del siglo 13 se cuenta que, intentando darse a conocer al mundo, Dios -que es energía- no midió bien su wattaje e hizo estallar la materia en mil pedazos (oops!). Desde entonces, en cada roca, planta, insecto, animal y hombre hay una chispita divina.
Y-dice la Cábala- es responsabilidad del hombre realizar mitzvot (acciones compasivas) para ayudar al mundo a ver que Dios no es una entidad abstracta que flota sobre el Mundo sino que es esa energía que hace a la planta crecer, a la catarata fluir, al insecto volar, al ave cantar y al ser humano luchar por restaurar la gracia, la justicia y la belleza a nuestro mundo.
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