Hace algunas semanas escribí sobre el arte de morir a tiempo, un proceso que se nos hace difícil porque soltar creencias, terminar relaciones y dejar ir sueños suena a rendirse y a derrota.
Pensar que una creencia que nos ha acompañado a lo largo de muchos años, o un sueño que venimos persiguiendo desde lejos, o una relación que lleva años en terapia intensiva han muerto y no tiene caso tratar de revivirlas nos obliga a dejar nuestra zona de confort.
Por eso intentamos mantener vivas las ilusiones por medios artificiales: justificamos nuestra falta de valor diciendo que ya le invertimos demasiado o que no somos rajones, o que al final no está tan mal.
Creemos que no claudicar es señal de esperanza cuando en realidad es solo resignación.
Pero la resignación es una filosofía tramposa y anti-natural.
Como queda claro en estos días, la Naturaleza jamás se resigna: al breve duelo del Invierno le sigue la explosión de la Primavera.
Y es que la Naturaleza odia el vacío y siempre encuentra con qué llenarlo.
Igual el espíritu humano: por cada relación, actividad, sueño o creencia que dejemos ir, nuestro espíritu encontrará algo con que llenar el hueco que dejó en nuestras vidas.
Y eso precisamente es el objetivo de reconocer que algo está muerto en nuestras vidas: liberar tiempo y energía para dedicárselos a proyectos nuevos, sueños vibrantes, relaciones que rebosen vida.
“Sólo donde hay sepulcros -escribe Nietzsche- puede haber resurrecciones”.
Sólo quien esté dispuesto a enterrar a su viejo yo puede aspirar a un nuevo comienzo.
Solo quien tiene el valor de aceptar que lo que ayer servía hoy puede ser obsoleto tiene la capacidad de ensanchar su espíritu con nuevos horizontes.
La vida, nos enseña Nietzsche, es demasiado valiosa para morir en abonitos (Elektra).
Muere rápido, valientemente, por tu propia mano.
¡Haz tu propio funeral!
Llora una vez profunda y honestamente todo lo que ha muerto en tu vida.
Y luego mira a tu alrededor. Es Primavera. Es tiempo de Resurrecciones.
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