“Nada tengo que ofrecerles más que sangre, trabajo, lágrimas y sudor” dijo alguna vez Winston Churchill a sus coterráneos.
Para mi estas palabras, pronunciadas por primera vez el 13 de Mayo de 1940, inauguran el verano. Un verano que viene cargado de partidos definitivos de los dos deportes que sigo: el futból y el tenis.
Verano es la época que define al campeón de las Ligas Europeas, la Europa League y la Champions. En “verano” se juegan Roland Garros, Wimbledon y el US Open. O, en esos años suertudos, la Euro, la Copa América, el Mundial…
Pero para mi la expectativa del deporte va más allá de ver algunos partidazos épicos. Lo maravilloso del verano deportivo es que, invariablemente, protagonistas y fans pasamos por las 6 emociones básicas de las que es capaz el ser humano: Enojo. Miedo. Sorpresa. Tristeza. Decepción. Júbilo.
Para el fan deportivo, el verano es tan intenso como el verde del pasto de Wimbledon o el vendaval que precede a la súbita tormenta tapatía. En esos momentos que gritamos gol o se define un juego, set y partido, nuestro corazón se agita cual manojo de paja en las garras de la naturaleza.
El verano viene y se va, pero en mis recuentos del año, en esos “momentos destacados” que se almacenan para la vejez, nunca ha faltado una escena deportiva.
Como Boris Becker ganando su primer Wimbledon a los 17 años en 1985. O el Golden Slam de Steffi Graf en 1988. O aquél glorioso 6-1 con que las Chivas se coronaron el 1 de Junio del 97 con 4 goles del “Gusano” Nápoles…
O los años maravillosos del Barsa de Pep Guardiola y Tito Vilanova (qepd) cuando los blaugranas lo ganaron todo (o casi). O la inesperada final del US Open 2015 entre Flavia Penneta y Roberta Vinci donde las italianas nos mostraron como nadie que se puede ser rivales en la cancha y amigas fuera de ella…
Pero a últimas fechas mis recuerdos más preciados no son los de júbilo, sino las “lágrimas de verano”. Esas lágrimas de los protagonistas -como Federer al perder el Abierto de Australia en el 2009, Cristiano Ronaldo (cuando era chiquito y no tan mamón) al perder la Euro 2004 contra Grecia o Djokovic el año pasado en Roland Garros. Y, por supuesto, Messi al final de esta Copa América.
Y es que esas lágrimas me recuerdan aquello que decía el poeta alemán Schiller: “El hombre nunca es más humano que cuando juega”. Y, se podría añadir: nunca más humano que cuando pierde.
Porque la derrota es el momento en que las expectativas se hacen añicos, cuando nos damos cuenta de la fragilidad de nuestros sueños. Es el momento en que se tiene que admitir que todo el esfuerzo, entrenamiento y talento a veces no alcanzan para lograr lo anhelado.
Y eso humaniza a quien juega. Lo baja de su nube olímpica. Le hace sentir lo que el resto de los humanos sabemos tan bien: somos frágiles y falibles y no todo es posible en la vida.
Pero, quizá de mayor importancia, la derrota humaniza al espectador.
Al menos al que se da cuenta que el deporte es un juego que se ha convertido en un negocio para muchos. Pero no para quienes lo juegan extraordinariamente bien, para quienes lo juegan con el alma, como si la vida les fuera en ello y, en el proceso nos deleitan con su talento, trabajo, sudor… Y también con sus lágrimas.
Al final, Schiller tenía razón: El hombre nunca es más humano que cuando juega. Gracias por recordárnoslo, Messi…
Notita al Pastor: ¿Vuelve el Zoo? Pregunta capciosa. No me gusta escribir por rutina, porque “tengo que” publicar. Me gusta escribir cuando tengo algo que compartir. Y por eso el Zoo vuelve: pero errático, sin rutinas, sin obligaciones. Como lo que es: una conversación entre amigos que a veces fluye y otras no.
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