Supongo que para estas alturas del partido, mis dos atentos radioescuchas ya captaron que estoy en contra de cualquier ideología, religión o espiritualidad basada en la noción de tratar a nuestro cerebro como si fuera un pañuelo desechable (usar y tirar). Sin embargo -antes de que los practicantes y/o creyentes de alguno de los que he denominado “sistemas logofóbicos” (misticismo, cristianismo, budismo, ecologismo, romanticismo) se me vayan, cual Drácula, a la yugular- quiero ondear una pequeña bandera de paz.
Lo escrito hasta este momento no intenta ser una polémica, ni quiero negarles a los místicos y meditadores lo que ellos nos han negado a los logofílicos (amigos del pensamiento) tanto tiempo. A saber: yo no niego que los caminos por ellos elegidos -búsqueda al margen del cerebro- puedan ser una experiencia maravillosa, transformativa e iluminadora y/o que quien se sienta atraído hacia ellos tenga todo el derecho de explorarlos.
Más bien, lo que pretendo aquí es reclamar para el pensamiento idénticos derechos. Porque, contra lo que ellos predican, a mi (lo mismo que a cualquier fan de Platón) me consta que el uso del pensamiento puede ser una experiencia existencial tan maravillosa, transformativa e iluminadora como la que ellos privilegian. Ir de la Caverna de la ignorancia a la luz del sol intelectual, o lo que es lo mismo, captar algo es, diría Aristóteles, el equivalente intelectual del orgasmo (ah, ¿verdad que ya les interesó eso de aprender a pensar?)
Y es que la capacidad de transformar nuestra perspectiva y hacernos vibrar existencialmente no es monopolio de ningún movimiento, gurú o institución, ni hay un sólo método o camino garantizado. De hecho, el pensamiento genuino tiene el mismo potencial de transformar positivamente nuestra existencia que la contemplación, la oración, la meditación o la poesía pues, como alguna vez escribió esa gran mística y filósofa que fue Simone Weil, “brindar a cualquier cosa nuestra atención indivisa es de suyo, una forma de oración” (¡y así, hasta ver un partido de fútbol cuenta. yes!).
Así que mi objetivo no es rebatir ni polemizar con místicos, budistas, románticos y etc. Mi objetivo es desafiar la noción, tan arraigada entre los buscadores espirituales, de que el pensamiento el Enemigo Público # 1 y demostrar que no sólo no es así, sino como dijera Echeverría, es todo lo contrario.
En realidad, el Enemigo Público # 1 no es el Pensamiento, sino el no pensar. Y aquí, de nuevo Oriente y Occidente concuerdan pues, si le preguntamos a un budista, un romántico, un cristiano cuál es el objetivo de todas sus acciones y prácticas, su respuesta es paradójica: vivir de manera consciente (ya sea en el sentido budista de estar atento al presente, en el cristiano de estar atento al prójimo, o el romántico de estar atento a las emociones y sensaciones).
La idea, entonces, es estar atento. Pero curiosamente estar atento es un estado mental. O, lo que es lo mismo, estar atento es “desocuparse”un poco de sí mismo para atender a otro. Y eso mismo, si Heidegger y toda la tradición Occidental no se equivocan, es pensar: poner atención a lo que nos rodea, conocerlo, apreciarlo, degustarlo, saborearlo, entenderlo.
“Pensar -escribe J. Glenn Gray- es la respuesta de la naturaleza humana al misterio del Ser, es nuestra forma de agradecer a la existencia, de tal modo que entre más pensamos se puede decir que más humanos somos, pues estamos menos alienados y más en contacto con nuestra propia naturaleza. Pensar es considerar y considerar viene del latín con-sidere, consultar con las estrellas. No en el sentido del horóscopo, sino en el sentido de llevar los asuntos al silencio y reposo de la noche, para repensarlo donde no hay distracciones y cuando el músculo de la voluntad está cansado.” (Introducción What Is Called Thinking?)
Pensar, como veremos muy pronto, no es lo que comúnmente pensamos y lo que tanto budistas, cristianos, románticos y demás logófobos han venido despreciando como si fuera un pariente pobre, incapaz de aspirar a las riquezas espirituales que ellos poseen. Pensar es nuestra riqueza y, -así me quemen en leña verde o me cuelguen de una pata en el Tíbet-, es el pensamiento el que ha creado al budismo, al cristianismo y demás “ismos“ y no al revés.
No te pierdas la siguiente entrega donde comenzaremos a deconstruir los mitos del pensamiento, empezando por el del “Mono Enjaulado”.
Primero piensas, luego eres. “Somos lo que pensamos”. Un saludo.
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