Seguro mis amigos budistas (si es que no me niegan el saludo por andar contradiciendo al Dalai Lama) estarán pensando que ya los agarré de piñata y que sólo a ellos les va a tupir. Nada más alejado de la realidad: si empecé con el Mito del Mono Enjaulado es porque entre la gente que ya desempacó la neurona es uno de los mitos más extendidos. Ora voy por los que ni siquiera se han molestado en sacar la neurona de la caja.
En Occidente la guerra contra el pensamiento comenzó con Saulo de Tarso (aka San Pablo), un fariseo muy leído y mejor escribeido que por ahí declaró: Sapientiam Sapientum Perdam (lo que Saulo quiso decir fue: Yo destruiré la sabiduría de los sabios) y, fiel a su amenaza, comenzó a despotricar contra “la lógica vacía de los filósofos”.
Siglos más tarde de ahí se agarró Agustín de Hipona (para algunos San Agustín pero no para mí porque cualquiera que pretenda enmendarle la plana a Dios y negarnos el uso de la obra máxima de la Creación -el cerebro- no merece ser llamado santo), para advertir: “hay otra forma de tentación aún más peligrosa. Esta es la enfermedad de la curiosidad (!!!) que nos lleva a querer descubrir los secretos de la Naturaleza, secretos que están más allá de nuestra comprensión, que no nos reportan ningún beneficio y que el hombre no debe ambicionar conocer” (¿no nos reportan ningún beneficio?!!! Si por Agustín fuera seguiríamos alumbrando nuestras noches con la tenue luz de las aureolas de los santos, pensando que el Sol es el centro del Universo y que el cáncer se cura con avesmarías).
No sorprende que, como dice Charles Freeman en su magnífica obra Closing of the Western Mind, el obispo de Hipona fuera el principal culpable de la “clausura de la mente occidental” y que, a los años que siguieron a Agustín se les llamara Edad Oscura (ahí seguiríamos picando piedra de no ser por los árabes y los herejes).
Afortunada (o desgraciada) mente, siglos después y por vía de los árabes, Gerardo de Cremona (dice Cremona, no Cremena) se topó con algunas de las obras de Aristóteles y de ahí pasaron a las regordetas manos de Tomás de Aquino, cuyos escolásticos seguidores se encargaron de perpetuar el malentendido que sigue hasta nuestros días: a saber, que la lógica y el pensamiento son procesos equivalentes.
Nada más alejado de la realidad: nótese que los griegos jamás confundieron la gimnasia con la magnesia, ni el pensar con el silogismo lógico. Para ellos, la lógica era una herramienta para “hacer fuerte el argumento débil” y no un sinónimo del acto de pensar.
Y es que como bien vio el último de los pre-socráticos, Martin Heidegger, pensar y argumentar son cosas completamente opuestas: quien piensa busca descubrir la verdad, quien argumenta ya sabe (o cree que sabe) cuál es la verdad y busca por vía de la lógica rebatir las objeciones para imponer esa verdad a los demás. Dicho en pocas palabras: la lógica no piensa, rebate.
Con el subterfugio “lógica = pensamiento” Agustín pudo poner la carreta delante de los bueyes y decir en sus Confusiones (digo, Confesiones) “desideravi intellectu videre quod credidi”: he deseado ver con los ojos de la razón lo que ya creo. O, lo que es lo mismo, para Agus la fe se encarga de establecer la verdad y el “pensamiento” (lógica) de rebatir todas las objeciones que se puedan presentar. Y, desde entonces, para muchos el pensamiento quedó convertido en “esclavo de la teología”: es decir, un obrero diligente que sabe obedecer a la fe pero carece de iniciativa propia.
No por nada, la Iglesia se colgó de la obra de Tomás de Aquino (que es pura lógica diseñada para convencer incrédulos) con más gusto que un monaguillo del badajo de la campana de Catedral y hasta proclamó “Doctor Mirabilis” al gordo de Roca Secca.
Y es que al rebatir con éxito las objeciones que se le presentan, la lógica da a quien la práctica una certeza envidiable. Pero lo que pocos advierten es que las conclusiones de la lógica dependen completamente de las premisas iniciales, pues como dijo Aristóteles las premisas (arché o punto de partida) conducen necesariamente a conclusiones prefabricadas.
Vaya, a modo de ilustración de esta idea, un chistorete escolástico (leer con entonación hispana, joder!):
Pepe, el tendero del pueblo, se encuentra a Manolo el nativo de Galicia en la calle y le pregunta: “Manolo, ¿tu sabes como va eso de la lógica?”
“No, responde Manolo, ni idea.”
“Ah, dice Pepe, pues es muy fácil. Mira yo te voy a hacer unas preguntas y de tus respuestas llegaremos a una conclusión lógica”.
“Vale.”
“A ver, Manolo, ¿a tí te gusta el clima tropical?”
“Si, si”, dice entusiasta el simple.
“Bueno, pues por lógica entonces te gusta la playa.”
Manolo asiente. “Si, si, por supuesto.”
“Entonces por lógica te gusta ver a las chicas en bikini.”
“Pues, claro, hombre, claro!”
“Pues bien, entonces, por lógica eres hombre. Así de fácil es esto de la lógica…”
Encantado con sus nuevos conocimientos Manolo va buscando a quien demostrárselos y se topa con Iñaki.
“Iñaki, tu sabes como va eso de la lógica?”
“No”, responde Iñaki.
“Ah, pues es muy fácil. Mira, yo te voy a hacer unas preguntas y de tus respuestas llegaremos a una conclusión lógica.”
“Vale, Manolo, dale pa’lante.”
“A ver, Iñaki, ¿a tí te gusta el clima tropical?”
Iñaki menea la cabeza. “No.”
“Ah, bueno”, dice Manolo dando un salto atrás, “pues entonces por lógica eres gay!”
Fin del chistorete lógico. Regresemos a nuestra discusión:
Aristóteles decía que en el silogismo lógico uno asume ciertas premisas y puede llegar a una conclusión lógica (es decir correcta) a partir de ellas. Así, si uno parte de la existencia de Dios, encontrará que la lógica “demuestra” Su existencia y si uno parte de la premisa contraria, “demostrará” la inexistencia de Dios o, en términos de nuestro chistorete: si uno asume que la virilidad se demuestra con cierto gusto por los trópicos, llegará a la misma conclusión sobre Iñaki que Manolo.
Pero bueno, esa es harina de otro costal.
Aquí lo que nos urge es disasociar el pensamiento de la lógica porque el pensamiento incluye pero supera con mucho a la lógica, y si no hacemos esa distinción nos pasará como a Petrarca: llegará un momento en que tanta lógica vacía nos tenga uptothemother y nos preguntemos si eso es lo máximo a lo que que puede llegar el cerebro (o como dijo Mafalda después de una mañana de aprender “mi mamá me ama, mi mamá me mima, yo amo a mi mamá”: Pues, qué gusto que así sea Miss, ahora, ¿tendrá algo más relevante que enseñarnos?)
De hecho, si regresamos a Petrarca -el renegado de la lógica- estaremos en camino a comprender mejor el pensamiento pues fue precisamente el poeta quien cayó en la cuenta del error de Saulo de Tarso al identificar lógica y pensamiento. Y las pesquisas de Petrarca para darle a su cerebro un mejor uso que el recomendado por los eclesiásticos de su época (y la mía), lo llevaron a redescubrir lo que en la Antigüedad implicaba pensar y, gracias a él y sus Studia Humanitatis o Escuelas de Humanidades, la neurona floreció tras trece siglos de forzada clausura y explotó en ese festival de creatividad que llamamos Renacimiento (yes, we’re open for business again!)
Ahora si, confirmado por mi espejo, tengo cara de What?……, no se que es pensar.
Si no es “el mono enjaulado” conformado por el chisme, la especulación y las mil y un actividades, ok, aceptada. Pero tampoco es la lógica, o ésta es solo una parte de….., pues entonces se pone interesante el desenlace.
Cuando mencionas lo que dice Heidegger en relación a que “pensar y argumentar son cosas completamente opuestas”, yo pienso (bueno tengo una cierta actividad cerebral que genera una idea) que se debe partir de una premisa lógica para buscar la verdad sobre algo. No puedes partir de la nada solo buscando una verdad. Al repetir, analizar y cuestionar las conclusiones que la premisa arroja, dicha premisa lógica puede cambiar y modificarse y poco a poco ir encontrando una verdad. Como sucede con la generación del conocimiento científico. ¿Por qué disasociarlos tan definitivamente? “La lógica no piensa, rebate”
Mi comentario es muy aventurado por mi desconocimiento general del tema, pero bueno es lo que mi cerebro arrojó.
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