La Mente Turquesa (Holística)

“Yo sólo sé que no sé nada…”

Según los discípulos de Clare Graves, en los últimos años ha aparecido el último de los colores de la mente que puede estudiarse (aunque suene paradójico, el Coral -que sería el siguiente-, aún no da “color”).

Este último color de la Mente es el Turquesa y, aunque no hace a la gente más buena, ni más inteligente, ni más simpática, ni más santa, si amplía su repertorio mental considerablemente (¿no habrá un Nobel en ciernes capaz de desarrollar una inyección Turquesa para nuestros políticos monocromáticos y binarios?).

El Turquesa parte de la íntima convicción socrática de “yo sólo sé que no sé nada”. Pero, a diferencia de la nuestra, esta ignorancia no tiene su origen en la pereza mental Roja (¿estudiar? Qué huefa…), la falta de esfuerzo neuronal Azul (a mí que me diga el cura qué debo hacer) y/o la perversa ilusión Naranja de que somos tan fregones de origen que no necesitamos prepararnos, pues nuestra astucia siempre nos sacará adelante sin “perder tiempo” en estudiar (ilusión que -si hemos de creer a Vargas Llosa, Jr- afecta al Nuevo Mundo desde el Río Bravo a la Tierra del Fuego).

No. La ignorancia del Turquesa es la ignorancia que surge -como la de Sócrates en el Fedón- de “haberse extenuado en la búsqueda de la verdad” y, sin embargo, darse cuenta de que el Cosmos es demasiado complejo y cambiante para poder iluminarlo todo con nuestra inteligencia de 10 watts de potencia.

La del Turquesa es una ignorancia bien fundada pues parte de bases Amarillas. Y uno de los shocks en la Escala de Richter intelectual Amarilla es, sin duda, el descubrimiento reciente de que, a nivel subatómico, nada es lo que parece.

O, como quien dice, las leyes físicas que nos son tan evidentes en nuestro diario operar y cuyo “descubrimiento” debemos a la newtoniana Mente Naranja, resulta que a la luz de potentísimos instrumentos científicos, no son más que ilusiones.

Así es, amiguitos, a la Mente Turquesa es a la primera que le cae el veinte de que el Buda tenía razón y que nuestra comprensión del mundo tiene mucho más de “ficción” que de “realidad”(no tengo chance de explicarlo aquí -ni mis conocimientos dan para tanto- pero al que le interese el tema le recomiendo ampliamente el libro o video de Brian Greene “El Universo Elegante” y/o “Las Conexiones Ocultas” de Fritjof Capra).

Y, puesto que Heisenberg tenía razón y nuestra comprensión siempre es hija de lo que hay en nuestro cerebro y lo que hay en el mundo (teorías y Mundo, observador y observado), la Mente Turquesa renuncia al reverenciado ideal de la objetividad en favor de la subjetividad.

O, dicho en español de Castilla: lo importante, Sancho, no es entender, sino experimentar la riqueza del Universo

Y por eso la Mente Turquesa tiene un mayor repertorio mental que los demás colores: acepta su ignorancia -por lo que no se aferra a sus dogmas- y, comprende que -aunque defectuosas- las filosofías de las Mentes anteriores expresan alguna dimensión de la inabarcable riqueza de la Existencia.

¡Está Vivo!

Una de las sorpresas más grandes que se llevó el Dr. Frankenstein en su laboratorio fue cuando el monstruo por el creado de pronto cobró vida propia y comenzó a moverse por sí mismo. It’s alive!, exclamó el médico, ¡Está vivo!

Algo similar ocurre en la Mente cuando le “cae el veinte Turquesa”: se da cuenta que la Tierra no es la “Creación” de la Mente Azul, puesta y dispuesta a que los humanos crezcamos y nos multipliquemos cual conejos como dice el Génesis.

Ni es parte de un “sistema” galáctico que pueda dividirse en objetos y sujetos como hace la Mente cartesiana Naranja. Ni es el “hogar” o la “Madre Tierra” que debemos cuidar para las futuras generaciones en términos Verdes; ni siquiera es un complejísimo pero elegante Cosmos, según dice la Mente Amarilla (curioso que incluso las palabras que usamos para referirnos a una misma realidad -creación, sistema, madre, cosmos-, reflejan los colores de la Mente, no?)

Para la Turquesa el Universo es Gaia: un Ser Vivo, consciente e inteligente, con su propia agenda existencial cuya prioridad y principal preocupación -¡vanidad de vanidades!- no somos nosotros, ni la conservación de esta o aquella especie, sino la Vida misma.

Y antes de que se les haga bolas el engrudo y comiencen a identificar a la Turquesa con la Mente Verde, aclaro que hay diferencias abismales. Por ejemplo, a la Turquesa jamás se le ocurriría pronunciar el sobadísimo eslogan ecologista de “hay que cuidar los recursos naturales para nuestros hijos” o hablar de Derechos Humanos de Tercera Generación, que no es otra cosa que cuidar la Tierra para futuras generaciones de humanos, por el simple hecho de que para la Turquesa el mundo no es un “recurso” para nosotros, nuestros hijos o futuras generaciones, sino un Ser Vivo cuyo instinto es proteger la Vida: sea la humana o la de la pulga.

Dicho en términos más sensishitos -como dicen en la Argentina- en los oídos Turquesas el discurso ecologista Verde suena como un diálogo de pulgas Naranja que aún pretenden ser dueñas del perro -¿si no es suyo como se lo “heredan a sus hijos”?- y viven en la soberbia ilusión de que son ellas quienes “cuidan al perro” y no que es el perro quien hace posible su cómoda existencia.

La Turquesa -cuando le cae el veinte de verdad (cosa que sólo le ha ocurrido a o.1% de la población mundial, así que no se me apunten en masa)- sabe que no somos ni la cúspide de la Creación, ni el centro del Universo, ni los dueños del balón, ni sus valientes príncipes Verdes. Somos un organismo más en un Universo Viviente (parafraseando al buen Obispo Berkeley: si el Cosmos fuera Dios los humanos no seríamos un “sueño en la Mente Divina”, sino una perniciosa ameba en Su sistema digestivo).

La Vida en Turquesa

Por eso la principal preocupación de la Mente Turquesa no es hacer, ni pensar, ni convencer, ni proteger el Planeta, sino tratar de adquirir conciencia de la complejidad del Cosmos para actuar en consecuencia (el Movimiento Mindfulness es totalmente Palacio, digo Turquesa).

Este “adquirir conciencia” tiene más que ver con reflexionar, meditar y contemplar que con las actividades propias de las otras Mentes.

La reflexión, meditación y contemplación llevan a la Mente Turquesa a experimentar la grandeza del Cosmos, y a sentir asombro, humildad, gratitud y reverencia por el Misterio de la Existencia.

De esta contemplación del Universo como un Ser Vivo, nace una forma de relacionarse con el mundo y los demás más sólido que cualquier código de ética.

En palabras de Martin Buber: el otro -sea planta, animal, roca, persona- deja de ser un “algo” y se convierte en un “tú” (hecho en el que se basa toda la Psicología Transpersonal que es una creación Amarillo-Turquesa).

Y cuando eso ocurre, los seres humanos nos relacionamos con el Mundo y con los demás de otra forma: cuando vemos a los demás y al Mundo como algo, los vemos como objetos que están ahí para ser manipulados, para servirnos, para ser utilizado en nuestro beneficio, para heredarsélos a nuestros descendientes.

En cambio cuando vemos al otro como reconocemos que su existencia tiene un propósito propio (no está ahí para nosotros), y que dicho propósito es tan sagrado como el nuestro. Por eso -lejos de manipularlo, explotarlo o hacerlo un medio para nuestros fines-  buscamos cooperar con él, acoplarnos de tal modo que ninguno tenga que sacrificar su propósito en aras de otro.

Y eso implica desmontar y deconstruir el montón de divisiones, fronteras, clases, jerarquías que las otras siete mentes han erigido y que dividen al mundo en clanes Morados, países Rojos, creyentes y no creyentes Azules, ricos y pobres Naranja, zonas urbanas y zonas protegidas Verdes, expertos e ignorantes Amarillos.

La preocupación del Turquesa -como muestra el excelente documental de Yann Arthus-Betrand “Home” (que puede verse aquí) es por el Holón de Holones, ese Macrocosmos donde cada uno de nosotros es un microcosmos que debe aprender a vivir con los demás en beneficio del Todo.

De manera aún experimental (en pañales), la Mente Turquesa busca vivir en armonía con los ritmos de Gaia y colaborar con la Vida, ya no para dejársela a sus nietos en estado más o menos presentable, sino por el simple hecho de que -como ser vivo- le toca colaborar con el bienestar y pervivencia del Todo (no, el corazón no tiene derecho a huelga).

Y colorín colorado, este cuento de las Mentes Multicolores se ha acabado! La semana que entra veremos todavía algunos aspectos de la teoría de Graves que nos llevarán a ver on’tamos y a’onde vamos, y como le hacemos si queremos acelerar nuestro cromático progreso…

PS. Si este color se les hizo corto o elevado, no me culpen a mí, sino a Clare Graves y sus discípulos pues, -según dicen- la Turquesa es una Mente que tan sólo ha hecho su graciosa aparición en los últimos 30 años (es tecnología mental de punta) y aunque un 0.1% de la población ya es netamente Turquesa (o sea el Dalai Lama y dos de sus achichincles), aún no hay elementos para hacer una teoría… O, como dicen las carreteras de mi rancho: Disculpe las molestias: Mente en Construcción.

3 comentarios

  1. Querida maestra: es un gusto ver que nuestra mente también va evolucionando; aunque la mía a veces va un pasito pa´delante y dos pasitos para atrás. Soy azul cual pitufo, me temo (o me reconozco con pavor). Pero bueno, estoy echando talacha para ver dónde se me atora la evolución. Excelente serie y como siempre, los artículos amenos y muy claros. ¡Gracias!

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  2. Estimada Claudia, aunque posiblemente Clare Graves no tuvo la oportunidad de notarlo y por lo tanto no lo mencionó, es que por ahí andamos muchas mentes arcoiris que al final no damos color con tanta frustración y tristeza, ya que por más que se busca no se encuentra una razón valida para que el ser humano haga o produzca tanta destrucción y por tanto no se encuentre su razón de ser. Un afectuoso saludo.

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  3. Se escucha o se lee tras bambalinas la palabra “RESPETO”, respeto por cualquier ser con el que comparto el espacio por el que rondo… mmmm, creo que al menos a mi me habla tu articulo turquesa de eso. Gracias por seguir escribiendo y aun mas compartiendo. Saludos con cariño.

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