Ha llegado de nuevo ese tiempo decisivo en los ciclos semestrales de la vida de nuestro pueblo: la liguilla. Tiempo importante, la llamada “fiesta grande” del fútbol mexicano, que va más allá del hecho efímero de la competencia que cierra otra temporada.
En México, la liguilla es cultura, mentalidad y filosofía del tiempo. ¿Cómo, si no, justificar un sistema de competencia que echa al olvido el esfuerzo tesonero y perseverante de todo un torneo?
Pues hay que ver que en otros países donde se comparte nuestra pasión por el balompié, el campeón de liga es simple y llanamente el equipo que demostró tener oficio de fútbol a lo largo de la campaña entera. Pero en este país donde el absurdo sociológico ha hecho su morada, esto no es así. El que más méritos hizo para ello, el que todo el torneo respetó la naturaleza del juego no se corona automáticamente.
En nuestro país, la liguilla es la cultura que intensifica la creación de ídolos instantáneos y desechables para el consumo masivo. Es la idiosincrasia que revela la pobreza abismal de un pueblo dado a retozar en el circo para olvidar que el dinero del pan se fue en las entradas, las cervezas y las apuestas.
Nadie me malinterprete. Nada tengo contra la sana diversión de ir al fútbol, y más del alguno me verá apoyando a mi Rebaño Sagrado. Resulta sólo que la liguilla no me parece que termina cuando un equipo alza la copa de campeón. No, la liguilla la llevamos en las venas. Se derrama en nuestra actitud vital. Es nuestra mentalidad laboral. Es el descaro de once jugadores, un técnico y sus suplentes de cobrar, por noventa minutos de esfuerzo, un sueldo con el que ningún profesionista honesto osaría soñar. Es el hábito laboral de ir con las manos por delante para comprometerse seriamente con el logro del objetivo para el que uno fue contratado. Si no hay prima, bono o pago extra nos conformamos con un apocado “hay la llevo”.
La liguilla es, en fin, la filosofía del tiempo de un pueblo propenso a la amnesia del pasado, e indulgente con el mediocre a cambio de un golpe de suerte en el momento decisivo, en el ultimátum, en la raya. En México uno puede darse el lujo de ser indolente y tibio si cuenta con la protección de la diosa “Fortuna”. Y es que no hay forma de eludir la liguilla: en la escuela, en la empresa, en la vida política y personal, admiramos más a quien avanza a fuerza de golpes de suerte que a quien, contra toda adversidad y por su propio esfuerzo, se acerca poco a poco a su meta.
En todos lados, despreciamos al que muestra empeño diario, desde el nerd escolar hasta el dicho popular que advierte que “el que no tranza, no avanza”. Nuestro ídolo es el suertudo, el que ya la hizo, el que le pegó al gordo. En una palabra, el “fregón”. Los exámenes finales, la declaración fiscal, la lotería nacional, el dedazo y las rifas se convierten por esta vía en una liguilla permanente, diseñada para salvarnos, en los tiempos extras, de la pasividad y la mediocridad con que afrontamos nuestros compromisos cotidianos.
Con la liguilla, el pasado se borra y el futuro se llena de ilusiones megalómanas: somos campeones, los No. 1, los mejores. Bastó anotar en tiempo de compensación para redimir la desgana, la inconsistencia y la falta de oficio que nos acompañaron durante el torneo regular. Olvidamos que, bajo el esquema de la liguilla, ser campeones no es sinónimo de haber sido excelentes. Esta es la peligrosa ilusión que fomenta la liguilla, pues el principio que la hace posible es también el cimiento de nuestro quehacer diario: la falaz creencia en que la mediocridad de toda una vida puede redimirse al filo de la mismísima muerte.
México: Mentalidad de Liguilla Claudia Ruiz Arriola Publicado originalmente en Mural, 27 de Noviembre de 1998. Foto: Jupiter Images. © De acuerdo con la Ley Federal de Derechos de Autor estos textos se pueden reproducir y circular total o parcialmente siempre y cuando sean atribuidos a su autor “Claudia Ruiz Arriola” y se incluya como fuente “elzoologicodeyahve.com”.