Damas y caballeros, vivimos en el error. Por siglos se nos ha inculcado que la Santa Patrona de México es la Virgen de Guadalupe, pero no. La “Morenita” tendrá la Basílica más grande del País y sin embargo, es obvio que ya no preside la vida cotidiana de los mexicanos. La Guadalupana se ha convertido en lo que el estudioso de las religiones Mircea Eliade llamaba “divinidades ociosas”, seres benéficos relegados a un papel decorativo como el de la Reina de Inglaterra (o sea, la ponen en medallitas, monedas, hebillas y todo tipo de souvenirs, pero hasta ahí llega su influencia).
En la práctica nuestro espíritu tutelar se llama Nuestra Señora del ‘Ay Se Va (aka Nuestra Señora de la Vista Gorda o Our Lady of the Fat Eyes) reina del compadrazgo, la mediocridad y la negligencia que imperan a lo largo y ancho del País. Es a ella a quienes los mexicanos le encomendamos los millares de trabajitos mediocres –manuales, intelectuales o de supervisión- que a diario realizamos, con la fe puesta en que si nosotros no le ‘echamos ganas’, ella sabrá remediarlo con creces (Torre de control, ruega por nosotros). Para que todo nos salga bien, basta con que –tras certificar a un piloto por acumular 145 horas de vuelo en avioncito de volantín o ir a hacer un papelón a Honduras- le encomendemos nuestro conformismo con nuestras oraciones favoritas: el ‘ay bueno’ para que nos libre del cansancio que produce todo esfuerzo a tope, el ‘no te azotes’ para entronizar la mediocridad y el ‘al cabo nadie lo va a notar’ para asegurar la impunidad de nuestras omisiones.
Los resultados de tan singular culto saltan a la vista en la forma de pasos a desnivel que no sirven, túneles que se inundan, pavimentos que se disuelven, contrataciones de personas que no cumplen los requisitos mínimos de capacitación, futbolistas que cobran como prima donnas y ‘se dan’ con que no los bailen (¿para qué fuimos a Sudáfrica 2010 si ya éramos el plato principal en la merienda de negros de la Concacaf?) y ese largo rosario de cosas hechas al aventón que no sólo nos cuestan una fortuna sino que provocan tragedias.
Claro que cuando cosechamos los resultados de tanto ‘ay se va’ que hemos sembrado –y que incluye desde la proliferación de escuelas que emiten títulos sin comprobar la pericia de sus egresados hasta personal de recursos humanos que contrata para puestos de alto riesgo sin verificar credenciales- entonces si nos ponemos exigentes (que en este País siempre equivale a agarrar un chivo expiatorio, prometer que las cosas van a cambiar y volver tan pronto como se pueda a la misma complacencia de antes). Nos pasa de noche la idea de que si el éxito y la excelencia se deben más a la cultura e idiosincrasia que a una genética o talento privilegiado, lo mismo ocurre con el fracaso y la mediocridad.
Es decir, no se puede ser exigente con los resultados cuando se ha sido complaciente con la preparación y nuestro sistema de preparación –hay que decirlo con todas sus letras- no sólo permite la mediocridad sino que la premia (el héroe nacional es el ‘chingón’ o sea el que más agandaya con menos esfuerzo). Hay, en torno al desempeño profesional del mexicano toda una industria de la mediocridad que permite a quien no es piloto volar aeronaves, operar a quien no es médico, construir a quien no es ingeniero, y enseñar a quien no es maestro. Esta industria de ilusiones y apariencias –que incluye la venta de títulos y licencias falsos hasta escuelas donde vale aquella vieja máxima de “inscribirse y no morirse es igual a recibirse”- permite a gente sin escrúpulos usurpar funciones y títulos para los que no está ni remotamente capacitado. Y sin embargo, rara vez se discute esta industria (o se le castiga) como lo que es: cómplice y corresponsable del desaguisado.
Esta industria tiene más protectores que los capos del narco y opera bajo los auspicios de todos esos devotos de Nuestra Señora del Ay Se Va que quieren sacar resultados excelentes con la ley del mínimo esfuerzo: supervisores de recursos humanos, burócratas educativos, inspectores de licencias y esa larguísima cadena de personas con “autoridad” por la que pasa la columna vertebral de la negligencia nacional. Sé que no faltará quien defienda la vieja tesis de que si algunos no hacen bien su trabajo es porque les pagan mal; pero para mí la cosa tiene que ver con ese profesionalismo que a los mexicanos nos da tanto miedo exigir (y exigirnos); profesionalismo que al aceptar una chamba acepta el compromiso implícito de hacerla bien, y si no se está capacitado o motivado (como los Seleccionados) mejor renuncia pues –como constatamos a diario- aparentar saber lo que no se sabe o ser lo que no se es, puede costarle la vida, la salud o la fortuna a más de un inocente.
Publicado originalmente en el Diario Mural del Grupo Reforma.
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La palabra mediocre significa mediania, termino medio. El sentido peyorativo que se le ha dado, la ha devaluado.
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