Ora si ya la hicimos, estará pensando la fauna “pensante” profesional de este País. Si pensar no es el run-run mental que traemos dentro las 24/7 (como dijimos aquí), ni es la lógica de los filósofos (como dijimos acá), no queda más opción que decir que pensar es una actividad a la que sólo tienen acceso ese puñado de vacas sagradas que dominan las metodologías de su disciplina profesional: científicos, intelectuales y académicos.
Según este mito (que como otros mitos, lo hemos aceptado por comodines) pensar es una actividad reservada a aquellos que tienen tiempo, educación y vocación. A estas personas les pasamos la responsabilidad (y consiguiente autoridad) de decirnos cómo es y cómo funciona el mundo. Ellos piensan y nosotros nos asombramos, asentimos o disentimos.
Sin embargo, aunque todos viven de mover la neurona, ninguno de estos profesionales “piensa” en sentido estricto del término, pues pensar no es una profesión sino una transformación de nuestras percepciones que nadie puede hacer por nosotros.
En varios pasajes y ocasiones, Heidegger enfatiza que “la ciencia no piensa” (What is Metaphysics? y What Calls for Thinking, P.I, Capítulo 3). Y con esto, el filósofo de Messkirch no sugiere que los científicos anden por la vida contemplando su ombligo y esperando que les caiga del cielo la proverbial manzanita newtoniana.
Como diría Rubén Aguilar (ex vocero de Fox), lo que Heidegger quiso decir fue que el método científico -basado en la observación agresiva y el tratar de encajar hechos con hipótesis-, no es pensar.
Whaaattt?!!
Si, oyeron bien (o más bien, leyeron bien): la tan cacareada razón científica que desde Sir Francis Bacon se ha caracterizado por “poner a la Naturaleza en el potro de las torturas para arrancarle sus secretos”, tampoco califica como pensamiento.
Primero, porque se trata de una actividad neuronal a la que sólo tienen acceso unos pocos, mientras que el pensamiento -aunque usted no lo crea- es propio de todo ser humano (con excepción de los políticos mexicanos y alguno que otro Cardenal).
Y en segundo lugar, porque el pensamiento científico es coercitivo por naturaleza (“poner a la Naturaleza en el potro de torturas y arrancarle sus secretos”), mientras que el pensar genuino es todo lo contrario: pensar, dice Heidegger, es Gelassenheit o dejar ser.
(Ah, por cierto: si cito constantemente a Heidegger es porque como bien dice el extraordinario video A Zen Life (2008), este filósofo revitalizó el pensamiento occidental merced a la influencia que sobre él ejercieron los textos del Dao De Jing y las enseñanzas del maestro Zen Daisetz Teitaro Suzuki; de ahí el título de esta serie: el Tao de Occidente o, cómo la filosofía occidental puede lograr los mismos resultados que la meditación oriental).
Entonces, si pensar no es lo que hacen los científicos, ¿qué hay de los intelectuales y académicos? Seguro ello si piensan…
Pues con la novedad que lo que hacen nuestras vacas sagradas tampoco es pensar. En su mayoría los intelectuales y académicos de este y otros países, buscan hacerse notar y para ello es preciso recurrir a la confrontación, el escándalo y la polémica. Pero como dice Heidegger en el inicio de What is Called Thinking?: “cualquier tipo de polémica es contraria a la actitud que requiere el pensamiento” (P.I, Capítulo 1).
Y es que la polémica que tanto le gusta a nuestra inteligentsia está basada en dos principios que hacen imposible pensar: la creencia de que uno ya está en lo correcto y, la determinación de defender ese punto de vista a cualquier precio (y entre más público sea el debate, mayor la presión para “ganar” el argumento, ergo mayor la cerrazón para considerar y reconsiderar nuestras “verdades”).
Como bien sabía Platón, en la erística (debate para ganar) nadie escucha a su interlocutor por estar pensando en la mejor manera de rebatir el argumento del otro (ganarle el pleito, pues’n).
Y, puesto que pensar tiene mucho que ver con escuchar, en la polémica nadie piensa. O, como quien dice, toda polémica es un diálogo de sordos (razón de más para no ser periodista de opinión…).
Quedan, entonces, los hombres de negocios y de acción como posible fuente de pensamiento.
Y pá pronto habrá que evitar se hagan ilusiones nuestros Coparmexos, pues la actividad neuronal propia de los hombres (y mujeres) prácticos nunca se ha considerado pensamiento.
Los griegos le llamaban techné -tecnología- y, aunque es muy útil para la vida, encontrar los medios más eficientes para lograr un fin práctico guarda con el pensamiento el mismo parecido que los libritos de pintar por números de mis sobrinos guardan con una obra maestra…
Así que al parecer nadie está pensando por nosotros (no por nada estamos como estamos). Pero nadie se alarme, pues pensar es algo que debemos hacer por nosotros mismos. Y es que como bien dijeron el poeta (Hölderlin), el médico (Paracelso) y el filósofo (Heidegger): pensar tiene mucho que ver con el amor. Y nadie, absolutamente puede enamorarse por nosotros.
De hecho, quien más ama, coinciden los tres, más piensa pues sólo quien ama se da el tiempo de conocer al otro profundamente y, el pensamiento es precisamente eso: darnos el tiempo de conocer al mundo en toda su profundidad y belleza.
Así que poco importa que nadie esté pensando por nosotros, lo que importa es si nosotros estamos pensando para nosotros porque de ello depende nuestra relación con nosotros mismos, con el mundo y con los demás.
Pienso por mi, sufro por mi, lloro por mi, amo por mi, gozo por mi, todo, todo por mi, yo, yo, yo.
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