Feng Zheng

Desde el siglo 5 a.C. existe en China el arte del Feng Zheng (no confundir con el Feng Shui o la Fe en Chuy) cuya traducción literal sería “lucha contra el viento” pero que, en realidad, es el pasatiempo de volar papalotes.

El Feng Zheng es un arte simple pues para practicarlo basta tener a mano materiales sencillos como papel y carrizo, algunas corrientes de viento y, eso sí, un hilo de seda tan sutil como resistente (¡ora si ya la perdimos!, dirán mis dos lectores. Nada de eso, aguanten vara).

Pero también es un arte complejo pues, dicen los chinos, implica mediar entre lo sagrado y lo profano, la tierra y el cielo, entre la fuerza de la naturaleza y la responsabilidad personal. Quizá por eso, los misioneros budistas de China llevaron consigo sus papalotes introduciéndolos en Japón y la India como símbolo de una ética que, a diferencia de la nuestra, no cae en la trampa de tener que optar entre la intolerancia y la impunidad.

Escribo esto porque desde hace 10 años en Occidente tenemos el Día Internacional de la Tolerancia, cuyo objetivo es hacernos conscientes de la magnífica variedad de culturas, formas de ser y de expresarnos que  tenemos los seres humanos. Tristemente, como desde hace 10 años, la tolerancia ha brillado por su ausencia en nuestra forma de vida y su lugar lo han reclamado quienes  suponen que su forma de ser es la única válida y/o quienes usan la tolerancia para hacerse las víctimas del pasado, del entorno o de la vida y escamotear su responsabilidad personal.

Uno y otro bando olvidan que la verdadera tolerancia se parece mucho al Feng Zheng: es un arte que implica mediar entre lo sagrado y lo profano, entre la naturaleza y la responsabilidad.

A ver si me explico: cada uno de nosotros llega a este mundo cargadito de una genética particular (el material del que está hecho el papalote) y se desenvuelve en unas circunstancias culturales, ambientales, hereditarias y sociales que están –como las corrientes del viento- fuera de su control. Estas circunstancias nos marcan para siempre: algunas nos hacen propensos a ciertas conductas o padecimientos (violencia, asma), otras determinan cuestiones como el sexo y el color de la piel y, unas más, determinan nuestras creencias más íntimas (religiosas o ideológicas).

Culpar a alguien por alguna de estas cosas, discriminarlo por el color de su piel, por ser mujer, alto, flaco, moreno o güero, por haber nacido en un medio cristiano, judío o islámico, pobre, rico, culto o inculto sería absurdo, toda vez que estos factores no son voluntarios, ni se tiene control sobre ellos. La genética y el entorno cultural son, diría el Feng Zheng, el dominio de lo sagrado y más que tolerar estas diferencias (en el sentido de aguantar o resignarse) hay que celebrarlas y aprender de ellas.

Pero no todo lo que hacemos o somos viene determinado por herencia genética o circunstancias sociales. No somos actores de un script ajeno, ni víctimas de tendencias ciegas, ni espectadores de nuestras propias vidas. También somos autores de lo que nos pasa, somos la mano que controla el papalote y elige volarlo a veces en corrientes de aire huracanadas y a veces en las apacibles. Tenemos libre albedrío. Y una de las elecciones más importantes de la vida es decidir qué vamos hacer con nuestra carga genética y lo que la vida nos dio o nos negó.

Esta decisión también cae en el dominio de lo sagrado: mientras no dañemos a terceros, nadie puede negarnos el derecho a vivir como queramos. Pero (PERO) esta sacrosanta elección ya no es un acto de la naturaleza: es una decisión libre. Es el hilito que une al papalote con la mano que lo sostiene, el hilito que une el derecho sagrado de elegir nuestra vida y el deber profano de asumir las consecuencias de nuestros actos. Y en este caso, la tolerancia –tal como dice el artículo 1 de la Declaración de la UNESCO (www.unesco.org/tolerance)- no debe, ni puede confundirse con la lástima, la indulgencia o la excusa para violentar los principios de la justicia social.

Dicho en pocas palabras, la tolerancia es un arte sencillo y difícil a la vez, pues nos da a cada uno el derecho de hacer de nuestra vida un Feng Zheng (papalote), pero no nos exime del deber de asumir las consecuencias de los errores que cometamos en el proceso.

FOTO: Ronna Produfoot (ronnie 44502)

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