Hace unos años me tocó la suerte de entrevistar a Jetsunma Tenzin Palmo aka “La Mujer de las Cavernas” o la Dalai Lama femenina.
Británica de nacimiento, Diane Perry -nombre original de Tenzin Palmo- dejó la comodidad de una vida de adolescente inglesa de clase media para irse a meditar al Tíbet (omm, ooommm). Nada más que cuando llegó, Perry se topó con que la presencia femenina no era bien vista en los monasterios masculinos, así que para cumplir su sueño le fue preciso vivir sola en la cumbre de una montaña y visitar a su instructor de vez en cuando. Aún así, Perry se convirtió en una de las primeras mujeres en recibir la ordenación budista.
Puesto que mi chamba siempre ha sido escribir para un público Occidental, en aquella entrevista quería comunicar a mis lectores lo que empujó a Perry a emprender tan ardua búsqueda. Pero sabía que en la cosmovisión Oriental la pregunta que yo quería hacer -¿qué pretendía lograr Perry al irse a meditar al Tíbet?- era una contradicción: los logros, las ventajas y lo que los Occidentales pensamos ‘ganar’ al embarcarnos en un proyecto, son el oxígeno del ego.
Y, obviamente, el fin de las religiones orientales es aniquilar el ego.
Para los Orientales, la búsqueda se justifica a sí misma: no se necesita ningún logro extra para sentir que el esfuerzo de meditar ya valió la pena. Así que preguntarle a alguien como Perry -¿qué intentabas lograr?- es hacer gala de idiotez suprema.
Aún a riesgo de que le pareciera un sonoro rebuznido Occidental, le hice la pregunta.
Al margen de la respuesta de Perry (que se puede ver aquí), este dilema se ha quedado conmigo todos estos años porque, hasta cierto punto, es la pregunta a la que nos enfrentamos todos cuando nos embarcamos en una actividad intelectual o espiritual: ¿Y yo, qué gano con esto? ¿Qué ventaja supone ponerme a leer un blog para aprender qué es y como se come el auténtico pensamiento?
Obvio que cada uno de nosotros tiene mil cosas más urgentes que hacer. Pero difícilmente ese sinfín de cosas serán mejores o más importantes que desempacar la neurona. Y es que en palabras de ese maestro del pensamiento que fue Martin Heidegger: en ello nos va “la transformación del pensamiento” para ser más humanos, aprender a habitar la Tierra y, en el proceso, hacérsela más habitable a los demás (suegras y demás flora y fauna exótica incluída).
Eso -que no es poca cosa- es lo que ganaríamos de ponernos a pensar como el cerebro manda (y puede).
Así que si esta magra “ganancia” te atrae, la semana que entra analizaremos el punto de partida del pensamiento.
No se en el Oriente, pero en México, el país está cómo está, (sin ser machista, sino objetivo), por causa de La Mujer-Madre. Todos, o casi todos (por que también están los politicos) tenemos o hemos tenido madre, quien es la que nos ha “educado” inicialmente, con una educación quizá de excesivo consentimiento y sobreprotección, para despues por imitación y guiados por unos “excelentes” maestros, aprendemos muchas cosas buenas y otras no tan buenas, que creo que son la mayoría y por eso estamos cómo estamos.
Nadie escarmienta en cabeza ajena y si ese escarmentar desde el inicio se nos evita, pareciera que todo lo merecemos y tratamos de obtenerlo aun atropellando al projimo.
Tal vez eso de matar el ego sea bueno, pero ¿qué pasa si yo mato al mío y los demás siguen con el suyo vivito y coleando? No se que tan bueno sea el refran “a la tierra que fueres has lo que vieres”. Un saludo.
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