Hay una disciplina psicológica que está creciendo en silencio. Todavía no tiene nombre, pero los que saben comienzan a llamarla “administración de la atención” (attention management) . Esta ramita de la psicología nace a la sombra del estudio del Síndrome de Atención Deficitaria (ADD) y aunque el nombrecito huele a que le van a querer sacar lana en el mundo corporativo y educativo, lo cierto es que los principios de esta nueva disciplina son bastante sencillos y tienen mucho que ver con lo que estamos tratando de hacer aquí: aprender a pensar (por si Herr Alzheimer ya les quemó el disco duro).
Según los adeptos de esta nueva ciencia, no hay en el mundo moderno habilidad más importante que aprender a administrar nuestra atención o, lo que es lo mismo, aprender a mandar sobre nuestro cerebro. En un mundo pletórico de distracciones es fundamental, dicen los estudiosos, decidir nosotros mismos -con deliberación y por anticipado- qué pensamientos queremos tener, explorar o profundizar en vez de andar por la vida dejando que sean los estímulos accidentales (el otro día me topé con fulanita y me dio por pensar que…) los que determinan el contenido de nuestra confusa, profusa y difusa neurona.
De hecho, esta habilidad es tan importante que más de un científico está llegando a la conclusión de que William James, el psicólogo americano de principios del siglo 20, tenía razón cuando escribió aquello de que “tu vida -lo que eres, lo que piensas, lo que sientes, lo que haces y lo que amas- es el resultado de aquello a lo que le has puesto atención”. O dicho de otra manera: tu vida hasta aquí ha sido moldeada por aquello que has atendido y… aquello que has ignorado (Karma, anyone?)
No puede ser de otra manera: pese a sus enormes capacidades, el kilo y medio de materia gris (promedio) que los adultos tenemos entre ceja y oreja sólo puede procesar una parte infinitesimal de los estímulos que recibe segundo a segundo. Como si fuera el comensal de un suculento, diverso e infinito banquete, el cerebro tiene que elegir qué se come de todo lo disponible. Y es la atención la que le sirve una rebanada de esto, un pedazo de aquello, una cucharada de lo de más allá. Dicho en la lacónica fórmula de Winifred Gallagher: “la atención condensa EL Universo en TU universo”.
He ahí su importancia y también la urgencia de aprender a enseñorear nuestros procesos mentales para saborear los mejores manjares de la realidad y no sólo la chatarra mediática y demás meditaciones babosas de nuestro Mono Enjaulado.
Y es aquí donde viene a colación el título de este “post” (Ruiz Arriola Airlines anuncia la llegada de su vuelo 346…): “¿Qué sonido hacen las rocas al crecer?”
Porque ocurre que aprender a administrar nuestra atención tiene mucho en común con aprender a escuchar y aprender a escuchar es sinónimo de aprender a pensar. “Pensar -dice nuestro guía y gurú Heiddeger- es, por encima de todo, saber escuchar”.
Guau! Saber escuchar. Una habilidad que -según mis fuentes- dejó de estar de moda allá cuando se hundió la Atlántida. Hoy “medio oímos” pero no escuchamos. Y la diferencia entre una y otra cosa está en la atención: quien oye tiene la atención dispersa entre lo que trae en la cabeza, el timbre del celular, el tráfico, lo que va a contestar en la conversación, etc. Quien escucha, atiende.
Bonita palabra esta de “atender” que -según la Real Academia- significa esperar, aguardar, acoger favorablemente, considerar y/0 cuidar. Verbos todos que implican salirme del monólogo de mi ego para prestarle atención a otro.
No importa que ese otro sea inanimado, como una roca. Lo importante es la huella que el esfuerzo por atender a alguien más que a nuestro llorón y presumido ego deja en nosotros: nos hace receptivos.
Por eso en la tradición Zen el primer ejercicio de quien quiere enseñorear su mente es sentarse a escuchar el sonido de las rocas creciendo. Se trata de cultivar nuestra capacidad receptiva y poner atención absoluta e indivisa al silencio -apreciarlo, paladearlo, ver si, como dijo Sting hace poco, es “la mejor música del Universo”. Y de ahí ir practicando con otras cosas: el canto de un pájaro, las notas de una sinfonía y si, también, las palabras y gestos de esa persona que tenemos enfrente y que siempre” medio oímos” pero que jamás escuchamos por andar demasiado pre-ocupados.
Para leer más:
Winifred Gallagher: Rapt. Attention and the Focused Life. Traducción disponible aquí.
Imagen: © Konstantin Sutyagin – Fotolia.com
Quien calladamente sabe escuchar se convierte en un gran conversador. Un saludo.
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Quien sabe escuchar vale un imperio, dice un proverbio chino….
Abraxo
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Por eso el mero mero de los católicos, cristianos y demás fauna, don Jesús de Nazareth (pueblucho despintado: Natanael dixit) se dedicaba buenos ratos al silencio,al desierto y desintoxicarse de las ingenuas burradas de Pedro, Judas, Benedictos y demás…
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sin palabras
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