14. El órgano más apasionado

No, no es el de Bach ni ese otro que está en la frontera sur de nuestra anatomía…

El órgano más apasionado que tenemos los humanos es el cerebro. Si, leyeron bien: contra el mito que hace a la razón fría y calculadora, el cerebro es sumamente pasional. De hecho -como demuestra Richard Tarnas en su “Pasión de la Mente Occidental” -, es a la pasión de la mente a la que debemos toda la creatividad e inventiva humana.

Y es que para estas alturas del partido debe quedar bien claro que no tenemos uno, sino tres, cerebros. Así es: como muestran los escáners fMRI (resonancia magnética funcional) nuestra mente tiene varias regiones especializadas con funciones bien definidas. La más primitiva es la “mente de reptil”, esa parte visceral o instintiva que compartimos con los animales y se encarga de mantenernos vivos mediante el miedo, el enojo y la rutina (aquí hay un videíto que ilustra lo que la mente de reptil -aka El Enano- hace con nosotros).

Luego está la mente rutinaria que es donde almacenamos todos aquellos hábitos adquiridos que nos hacen funcionar efectivamente en el mundo (caminar, manejar el carro, vestirnos). La mente rutinaria es también donde se aloja el mono enjaulado con su monólogo de pendientes y cosas por hacer.

Finalmente está la mente reflexiva que es la responsable de que nuestra vida sea más una creación libre que una serie de reacciones a lo que ocurre a nuestro alrededor. Aquí se desarrollan el pensamiento creativo y el ontológico (sabiduría). Pero, a diferencia de los dos cerebros anteriores, éste no opera en automático; sólo se activa si nosotros lo prendemos (Vroom, Vroom!).

Y prenderlo supone andar por la vida como personas que han desempacado la neurona (vienen dos en cada bolsita) y se interesan, se preguntan, se apasionan por aquello que les rodea. ¿Qué es?, ¿Cómo funciona?, ¿Cómo se logró? son preguntas que nacen del asombro. Y éste -decía Sócrates- es el acto inaugural del pensamiento.

Contra siglos de malentendidos, hoy resulta que el cerebro y el corazón no están tan divorciados como se creía. Hay entre el pensamiento y el sentimiento una relación similar a la del huevo y la gallina: Pensamos sobre lo que nos importa; nos importa aquello que tenemos próximo al corazón. Como cualquier enamorado sabe, a mayor amor, más difícil dejar de pensar sobre el amado.

Otra tanto ocurre con las ideas. La ciencia, la tecnología, el arte, la sabiduría son también productos del amor. Sólo así -dice Tarnas- se explican los desvelos del intelectual por comprender una idea, o la perseverancia del científico para experimentar cientos de veces hasta dar con la solución, o esa inspiración del artista que no llega sino hasta que ha pasado decenas de infructuosas horas frente al lienzo o papel vacíos. “La creatividad -decía Einstein- es 10% inspiración y 90% perspiración”.

Entonces, a la pregunta sobre qué pensar, la respuesta es otra pregunta: ¿qué te importa o  interesa lo suficiente para concederle tu atención indivisa?¿Para pasar las horas sin sentirlo? ¿Para sudarle, pensarle y trabajarle hasta que llegue la Musa? Piensa sobre eso.

Porque, a fin de cuentas, como dice Aristóteles: la felicidad no está en el resultado, sino el ejercicio de nuestra más alta facultad. O dicho en términos más sencillos: no importa quien seas o  cual sea tu nivel de educación: tu satisfacción existencial no depende del “éxito” que logres en la vida, sino de tu capacidad de embeberte día tras día en aquello que te apasiona. Más Platón (o lo que más te guste), menos Prozac. Así de sencillo.

2 comentarios

  1. ¿Y qué hay de los demás organos?, según se está descubriendo, todos nuestros organos tienen si no cerebro, celulas pensantes y estás se comunican entre ellas.
    ¿Amor u obsesión?, ¿perspiración o transpiración?. Un saludo.

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