Confesiones de una Mente Creyente (Azul)

“Dios ha muerto”. Con esas tres palabras el filósofo alemán Friedrich Nietzsche quiso inaugurar un nuevo color de pensamiento (probablemente verde-amarillo).  Lo que logró fue picar el avispero azul. Otro tanto le sucedió al anaranjado Marx cuando proclamó aquello de “la religión es el opio del pueblo” y al caricaturista danés que se puso a dibujar a Mahoma con una bomba en el turbante.

Ninguno de los tres cayó en la cuenta de los extremos a los que puede llegar la Mente Azul cuando se meten con sus Verdades (como estos flagelantes shi’itas en la festividad del Ashura).

Y es que, pese a los múltiples anuncios de Su muerte, Dios nos ha salido longevo y saludable: en la primera década del siglo 21, el 82% de la población mundial dice creer en Su existencia y, de ese porcentaje, más de la mitad practica alguna de las grandes religiones creadas por la Mente Azul o Trascendente.

De todas las mentalidades, la Azul es la más extendida. Hoy, cerca del 40% de la población mundial ve la vida habitualmente a través de lentes Azules.

El surgimiento de la Mentalidad Azul

Si la Morada es la Mente Matriarcal (las relaciones tribales que nos protegen y nutren), la Azul es la Mente Patriarcal (relaciones de autoridad). Es el momento cuando entramos en contacto con la idea de límite, de lo justo/injusto, y de una autoridad que castiga o premia nuestra conducta.

Es cuando al niño lo empiezan a “meter en cintura”, a imbuirle un código moral, a darle órdenes y responsabilidades que, de no cumplirlas, traerán aparejada una consecuencia negativa (no sales a jugar!). Aquí es donde comienza la presión social para que el individuo se adapte a las reglas colectivas y, de no hacerlo, el individuo quedará marcado con la etiqueta de “oveja negra”.

En el ámbito doméstico, esta ingrata labor de hacer al “niño de Mamá” (aka a la Mente Morada) un hombre de bien y/o civilizar al Tarzancito (o la Chita) que todos llevamos dentro (Mente Roja) suele recaer sobre el padre, hecho que, en la historia de la Humanidad, se refleja en la aparición de esa figura paterna omnipotente, omnipresente y autoritaria que las religiones monoteístas occidentales llaman Dios (o, en su versión laica, el Emperador, el Rey o el Dictador).

El padre educa y moldea el carácter haciendo uso de herramientas masculinas: la autoridad, la ley, la fuerza, la dureza, la amenaza e incluso la violencia (cualquier semejanza con la película “El Árbol de la Vida” o el Antiguo Testamento NO es mera coincidencia).

Lo importante en esta etapa es marcar el carácter del niño (o del pueblo en ciernes), domar su ego para que -llegado a adulto- siga el camino correcto, sea un ciudadano honorable, viva “como Dios manda” (y antes de que el lector del sexo fuerte que sigue estas líneas se me alebreste, aclaro que no pretendo decir que las damas somos incapaces de violencia o amenaza. Tristemente hay muchas madres golpeadoras y asesinas de sus hijos, pero lo que si me queda claro es que hay una clarísima relación entre las personas que crecen sin una figura paterna, de autoridad, en casa y quienes acaban eligiendo una vida delictiva. Como decían los estoicos: ni modo, chicos: del mismo modo que alguien tiene que parir a la criatura, alguien tiene que enseñarle que “dura lex, sed lex” -la ley es dura pero es ley- y eso, tradicionalmente, es labor del padre.)

Entre las herramientas favoritas de la Mente Azul para domesticar al ego rojo está la alusión al Diablo, al Infierno o a un Dios Justo que, en muchas ocasiones, parece más bien vengativo.

La vida vista a través de lentes Azules

Vista a través de lentes Azules la vida es bastante sencilla: existe una única Verdad (con V), un solo Camino (con C) y una sola Autoridad (con A). De ahí que la felicidad Azul sea también sencilla (más no fácil de lograr): servir a la Verdad con todo el alma, deshacerse de todo lo que nos parte del buen Camino (purificarnos, pues’n), y obedecer a una Autoridad jerárquica que -apoyada en el tradición y la Verdad- es más sabia que nosotros y nos provee con lineamientos claros sobre lo correcto e incorrecto (Si alguien dijo: esto me huele a Iglesia, está en lo correcto).

La Azul es una Mente que tiene claras muchas cosas (quizá demasiadas): la existencia tiene un propósito incanjeable (por lo general trascendente), los seres humanos tenemos una vocación o “llamado de Dios” para cumplir nuestra misión en esta vida y, hay una jerarquía de valores “correcta y objetiva” que todos debemos observar si no hemos de caer en el “relativismo” o ir a parar al “Infierno”.

Confesiones de una Mente Azul (Claro)

Aun cuando a muchos nos haga corto circuito esta mentalidad, hay que reconocer que tanto a nivel personal como colectivo, la Mente Azul es la base de la vida civilizada. No solo es el inicio de una forma de relacionarse con los demás con justicia y sin violencia, sino que la Mente Azul es capaz de relacionarse con perfectos desconocidos con criterios de altruismo y sacrificio ajenos a las Mentes que hemos visto hasta aquí (si bien la Mente Tribal no es ajena al altruismo y sacrificio, los beneficiarios son siempre miembros de la tribu: hijos, padres, etc).

Cuando el Azul es sano, dice Graves, es difícil encontrar sobre la faz de la Tierra personas más serviciales, trabajadoras, justas, diligentes, leales y felices que las que viven habitualmente en esta Mente. En ellas se mezcla una inquebrantable esperanza de que todo saldrá bien, la fe en su propio destino y un sentido de solidaridad con el resto de la Humanidad.

Confesiones de una Mente Azul (Oscuro)

El problema es que mantener el tono de Azul sano es una de las tareas más complicadas para la Mente. Y es que esa misma fe en su Causa y su Verdad puede llevar a la Mente Azul a creerse intermediaria o portavoz de Dios, y adoptar un un actitud rígida (fundamentalista), condenatoria de quienes piensan distinto (los “Infieles”, los “herejes”, los “paganos”) e intolerante con las diferencias entre los seres humanos (dogmática, machista).

Cuando la Mente Azul enferma se vuelve literal (no se permiten las interpretaciones), se hace solemne (“no hay lugar para la risa en el Islam”, declaró alguna vez esa Mente Azul Oscuro que fue el Ayatollah Khomieni) y no duda en atropellar los derechos de los demás con tal de llevarlos por el buen camino (como el Obispo Agustín de Hipona -San Agustín le dicen- que autorizó a la Iglesia a usar métodos coercitivos con tal de salvar almas).

Si bien de suyo la Mente Azul Oscuro no es violenta, instiga a sus seguidores -en especial a los Roji-Azules- a la violencia en nombre de una Causa Superior. El Azul oscuro no es militante sino instigador: es el teólogo que habla de las 72 vígenes y demás maravillas de inmolarse en jihad y convence a otros de hacerlo, pero él jamás se suicida (pos que padre, ¿no?).

Dicho en términos legales: la Mente Azul enferma es la autora intelectual de las hogueras inquisitoriales, las Cruzadas y las Guerras Santas de todos sabores, mientras la Mente Roja/Azul es la autora material.

¿Cuando somos Azules?

Antes de que alguien arrugue la nariz y piense “qué horror, qué bueno que ya dejé atrás esa etapa”, les recuerdo a mis dos lectores y medio que los Colores de la Mente no son tipos de personalidad sino herramientas que utilizamos cuando nuestras condiciones de vida nos lo exigen.

Así que todos fuimos azules alguna vez (aunque nuestras creencias pueden no haber sido religiosas, sino políticas, ateas o científicas porque la Mente Azul lo que endiosa es la idea de una Única Verdad que suele ser “la mía”). Todos en algún momento hemos sido Azules y volveremos a serlo cuando apelar a una Autoridad Superior sea la única salida a nuestro predicamento.

La muerte de un ser querido, una enfermedad grave, un roce con la muerte son experiencias que pueden llevarnos a usar lentes azules para ver la vida, porque el Azul -a diferencia de otros colores- provee un por qué a la muerte y una esperanza de que no sea definitiva.

También las personas que se recuperan de alguna adicción -los llamados “born again Christians” como George W. Bush- suelen encontrar en la vida ordenada y las directivas rígidas del Azul un apoyo “para no volverse a perder” y muchas veces hasta un sentido de misión divina encuentran (¡qué meyo!).

En política no es infrecuente la aparición de preferencias azules: el deseo de que haya orden, o que el caos imperante cese mediante la aplicación de una “mano dura” (tesis muy socorrida entre las clases altas de la America Latina), o la idea de que es correcto coartar las libertades individuales de quienes no comparten nuestra jerarquía de valores  (el activismo anti-aborto y/o anti-matrimonio gay de los Republicanos en EU o los Panistas en México).

También las sobadísimas y poco eficaces campañas educativas contra la “pérdida de valores”, son una de las expresiones favoritas de una Mente Azul que ve al mundo cambiar bajo sus narices y se aferra a la nostalgia de cuando “la gente era decente” y “vivía como Dios manda”. En realidad, la Mente Azul es la suma de sus partes: tiene el maniqueísmo morado y la certeza de estar en lo correcto del rojo, de ahí que -cuando pasa a la acción- suela hacerlo por la vía de la condena de todo lo “diferente” y/o la imposición de su Verdad (que, por supuesto la Mente Azul no acepta como “su” verdad, sino como “la” Verdad.)

La Semana que viene: La Mente Azul-Naranja

Un comentario

  1. Estupendo, simple, preciso y muy claro. Estimada Claudia, una pregunta ¿de qué color puede ser una mente que reconoce que no hay verdades absolutas, que cree en el orden, que el cambio procede de cada quien, aborrece la impunidad, acepta que hay cinco sexos (por lo menos), que los derechos humanos son para todos los humanos (aunque a veces seamos inhumanos), que a veces (quizá demasiadas) duda de la existencia de un Dios, que considera que somos energía y que aún no sabemos cómo intercomunicarnos (que palabrita)y que a pesar de su cuantiosa edad sabe que no sabe? ahí la dejo porque la pregunta tiende a ser muy larga. Un afectuoso saludo.

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