Utz, si la Consulta Mitofsky no me sale ídem este post será de los más leídos porque mis lectores o bien le andan rondando a los 40s o bien ya los pasaron pero aún no se recuperan.
Si es así, no se desesperen ni se desgasten en impugnar su acta de nacimiento y/o a pedir un recuento de voto por voto, día por día. Antes bien, tomen nota de que de acuerdo a la psicología moderna, Arjona tiene razón y que los 40 (and beyond) son la mezcla perfecta de experiencia y juventud.
Los 40: Nada que temer, todo por vivir
En la cultura Naranja cumplir 40 es motivo de angustia, depresión y horror. Físicamente el cuerpo empieza a acusar los estragos de los años: las flores de Mayo ceden a las patas de gallo (Mecano dixit), la cabellera empieza a ralear o a exhibir las temidas canas plateadas: el abdómen empieza a cubrir la hebilla del pantalón (y lo que le sigue); las caderas se convierten en “agarraderas de amor” (love handles) aunque el amor brille por su ausencia; la vista empieza a fallar, los fines de semana son cada vez menos para el revén y más para el descanso y, en general la energía, entusiasmo y vitalidad ya no son las mismas.
Andamos llegando al clímax de la existencia física y esta decadencia natural del cuerpo no hay quien la frene pero -¡por Zeus!- la Mente Naranja está dispuesta a engañar a todos y a todo mientras se pueda.
De ahí que las “señoras de las cuatro décadas” (según la expresión de Arjona) se lancen con fruición de langostas bíblicas
sobre cualquier cremita que les prometa un cutis de pompa de princesa, embutan sus incipientes carnes en fajas y wonder bras que les regresen la elasticidad y el porte perdidos (al menos a la vista porque el tacto reporta datos menos favorecedores), se untan cualquier tipo de remedios para disfrazar la celulitis, alargan el brazo para leer el menú (en vez de usar lentes) y comienzan a juguetear con la idea de ponerse un tatuaje en salva sea la parte para ser más sexys.
Todo con tal de sentirse jóvenes y bellas, seductoras. Si todo eso falla (como invariablemente sucederá) vienen las medidas extremas: botox, cirugía plástica, liposucción etc.
Y antes de que algún varón se ría de la ridiculez del “viejerío” informo que los señores de las cuatro décadas en transición del Naranja al Verde no cantan mal las rancheras. De hecho, sus conductas son muy parecidas a las femeninas: no por nada nuestra cultura ha acuñado el término “cebollones” para designar al varón corrido por terracería que aún quiere hacerse pasar por Ferrari recién salido de agencia.
Al igual que las viejas, los varones toman medidas que van desde el inocuo embarrarse Just for Men para aparentar menos años, al Viagra, al convertible deportivo rojo, a los amoríos con veinteañeras para demostrar y demostrarse que “aún se las pueden” y que su vigor sexual está intacto.
AL margen de que todo esto sea normal en la cultura Naranja, cabe preguntarse: ¿Por qué tanto miedo a envejecer si es inevitable y natural?
Es miedo a la muerte dicen algunos (Freud entre ellos). Pero no, dice Jung, pues en nuestra civilización la expectativa de vida ronda los 80 (al menos para las viudas que son -dicen los que saben- los seres más felices del planeta después de los Lamas tibetanos), y la muerte aún se ve como algo lejano a los 40 (incluso ya se habla más de la crisis de los 50 o de los 60 que de los 40s).
La “Campanada del Mediodía”
La razón de tanto estrés y ridículos afanes por mantenernos jóvenes y bellos -dice Jung- es, en efecto, miedo a la muerte.
Pero no a nuestra aniquilación física, sino a la inminente muerte de nuestro ego.
La transición Naranja al Verde es por ello la segunda crisis más importante de nuestra vida: una “segunda adolescencia” que marca la inevitable derrota del Ego en su afán de conquistar el mundo (como quien dice, se cierra el ciclo de dominio) y, nos cae el veinte que a partir de aquí, física, laboral y mentalmente vamos a tener que depender de los otros cada vez más.
Los 40 marcan el momento que Jung llama la “campanada del mediodía” y, como Jung es más elocuente que yo, dejo que sea él quien se los explique:
“Comparemos al ego con el Sol: en la mañana emerge del mar nocturno de la inconsciencia (Beige) y mira el mundo brillante y ancho que tiene ante sí (Morado). Conforme el Sol escala el firmamento, el mundo se ensancha junto con su radio de acción (Rojo). Y el Sol desea escalar a lo más alto, donde será posible influir más y diseminar sus beneficios sobre un territorio más extenso…(Naranja) Pero con la campanada del mediodía, el descenso inicia (Naranja-Verde). Y el descenso significa renegar de todos los ideales y valores que perseguimos durante la mañana.”
Pero el Ego se resiste: no trabajé tanto para verme desplazado por chavitos rojos con conocimientos más actualizados que los míos, no sacrifiqué tanto para ver a mi marido irse con una jovencita más guapa que yo, no me esforcé durante tanto tiempo para ver mi sueño reemplazado por una idea más novedosa; no me negué tantas cosas durante tanto tiempo para cedersélo a jóvenes con todo el potencial por delante.
No, la derrota no le gusta al Ego y por eso la Mente Naranja en decadencia se aferra a las manifestaciones de juventud que están a su alcance: las de imagen, las de poder, las de vigor sexual.
Todo debidamente falsificado y apoyado en muletas artificiales que le permitan estirar la fantasía de que la decadencia en realidad no está ocurriendo (platillo principal para banquete psiquiátrico: ¿a qué grado de negación habrá llegado Doña Elba Esther Gordillo o, pa’l caso, la Félix?).
Todo por vivir
Una de las máximas tragedias de la Mente Naranja en transición hacia el Verde es que esta etapa, dolorosa por lo más, se puede extender por décadas enteras. Incluso hay un enorme número de personas que nunca superan la segunda adolescencia.
Son, dice Jung, los miles de pacientes que acuden a algún tipo de psicoterapia como abejas a la miel. Y su único problema es la falta de aceptación del ciclo natural de la vida. Y es que finiquitar esta crisis -a diferencia de la crisis de la adolescencia- está en nuestras manos: “Quien quiera vivir la tarde de la vida con las leyes de la mañana deberá pagar el altísimo precio del daño irreparable a su alma”, escribe Jung.
En palabras de todos los maestros de Oriente: el truco está en vivir en el presente, aceptar nuestra realidad (yo ya no estoy para estos trotes) y dejar de huir de ella con medidas cosméticas y soluciones artificiales.
Curiosamente quien acepta que su época de dominio Naranja pasó y que sus día de gloria (física, profesional, estética) quedaron atrás no se deprime, al contrario descubre, dice Jung, una nueva dimensión del mundo y de su alma: cambia la amplitud (anchura) por la profundidad (Verde).
Y en ese proceso, descubre que sus horizontes vitales lejos de haberse encogido se han ensanchado. De pronto, intereses y experiencias en los que difícilmente pensamos durante la etapa Naranja comienzan a atraernos poderosamente: aquí nace el deseo de “retornar a la Naturaleza” y dejar atrás la civilización (que se expresa en la compra de vehículos con nombre de fuga: Explorer, Pathfinder, Trailblazer).
También es cuando nace el deseo de explorar las “actividades inútiles” que la Mente Naranja y Roja despreciaron: las humanidades, las artes, la espiritualidad de pronto nos parecen hobbies dignos.
Así como la renovada preocupación por reparar el daño que la Mente Naranja ha infligido al mundo que encuentra su hábitat natural en sociedades protectoras de animales, en movimientos de derechos humanos, y en una marcada preocupación social (a veces expresada con un voto pro-izquierda).
Y es que la Mente en transición Naranja-Verde se da cuenta de que el éxito Naranja se conquistó a un altísimo precio ecológico, humano y espiritual. Y la suya es el inicio de la búsqueda de formas de paliar esos daños y buscar formas de vida más armoniosas.
Por eso, a la crisis de los 40 le sigue un renovado deseo de intervenir en el Mundo, pero ya no bajo la perspectiva materialista/corporativista, sino a través de la participación comunitaria, el establecimiento de vínculos personales y la creación de relaciones más humanas e incluyentes.
Síntomas de una transición Naranja-Verde
Quizá el síntoma más claro del inicio de la transición Naranja-Verde sea la pérdida del espíritu competitivo que caracterizó nuestra etapa Anaranjada. Sea porque “ya la hicimos” y tenemos lo necesario para vivir bien o bien porque “no la hicimos” y tenemos muy poco por nuestros esfuerzos, hay un momento en la vida en que nos cuestionamos la validez de vivir exclusivamente para trabajar y consumir.
De pronto, ser número uno ya no parece atractivo y las luchas por mantener nuestra posición en el escalafón social nos deja vacíos. Lo que antes nos daba satisfacción ahora parece una tarea impuesta y aburrida.
Nos cuesta trabajo concentrarnos. Nos sentimos fatigados antes de que comience el día. Hay un sentimiento inescapable de angustia, de cansancio, de insatisfacción en el trabajo.
Los retos que antes provocaban entusiasmo hoy son motivo de miedo. Volver a la oficina o a la fábrica se antoja una tortura intolerable.
Técnicamente todos estos síntomas tienen nombre: Síndrome de Desgaste Ocupacional o Burnout y de no prestarles atención producen depresión, neurosis y pueden llevar al suicidio. Kadoshi, le dicen en Japonés: muerte por exceso de trabajo (pero no se preocupen demasiado esta enfermedad es completamente desconocida entre la raza azteca).
Lo que si es más común ver acá entre nos es a un buen número de personas mayores de 40 años que de pronto deciden dedicarse a actividades radicalmente distintas a lo que hasta ahora han sido su profesión (empresarios convertidos en guías de turismo extremo, ingenieros que estudian filosofía o teología, madres de familia que comienzan a experimentar con la pintura o la poesía, moradores urbanos que salen a acampar por vez primera, profesionistas empedernidos que de pronto buscan participar en actividades de voluntariado social pro bono (gratis) o se interesan en la cata de vinos o en alguna práctica espiritual introspectiva).
Algunos lo hacen porque “por fin tienen tiempo”: los hijos crecieron o ellos ya se retiraron de la vida laboral. Otros emprenden la aventura como un hobby o actividad de fin de semana. Los más radicales, lo dejan todo para dedicarse a esta nueva vida en la que “por fin” descubrieron su verdadero yo.
Sea cual fuere la justificación que nos damos, en los tres hay la misma lógica: la exploración de esas dimensiones existenciales que nuestra vida “productiva” no nos permitió.
Y, dice Jung, bien puede ocurrir que estas actividades marginales poco a poco se apoderen de nuestra atención y energías a tal grado que darán sentido propio a la segunda mitad de nuestra vida que no tiene por qué ser un lamento constante por lo que ha quedado atrás.
Al contrario, la transición Naranja-Verde es el momento en que -pese al desprecio que las etapas anteriores (salvo la Morada que las honra) sienten por esas bellas huellas del camino recorrido que son las canas, las arrugas y las ilusiones pérdidas- es cuando apenas comenzamos a explorar el arte de vivir, pues hasta este momento lo que hemos hecho es sobrevivir (vivir para trabajar, pues’n).
De aquí pa’l real la vida tiene más que ver con volver a aprender, con enseñar a las nuevas generaciones, con ampliar nuestros horizontes y encoger nuestro ego.
Es momento de dejar atrás la agresividad, la competencia, el dominio y la conquista Naranja y pasar a la hospitalidad, la cooperación, el servicio y la reparación del daño Verde (virtudes estas últimas más “femeninas” dice el Tao, razón por la cual su autor, Lao Tzé, aconseja a quien busque la sabiduría a asemejarse más a la “Madre de Todas las cosas”).
Se trata, en suma de escapar de lo que Max Weber llamó la “Jaula Dorada” del materialismo moderno con su búsqueda de reconocimiento, dinero y poder, y comenzar a plantearnos la vida en términos de lo que queremos experimentar, lo que nos gustaría dejar como constancia de nuestro paso por la existencia y lo que será nuestro legado para enriquecer la vida de nuestro prójimo y comunidad (y no tiene que ser espectacular: yo, por ejemplo, veo en estos escritos parte de ese legado).
En suma, la crisis de los 40 (y más allá) es, como toda crisis, un motivo de desesperación y esperanza, balance de pérdidas y de ganancias, agonía del viejo yo y el nacimiento de uno nuevo que, si las cosas nos salen bien, dará inicio a una forma de ver la vida donde la percepción negativa de las diferencias de género, raza, religión, etc deje su lugar a un mutuo enriquecimiento y donde la existencia digna no suponga la destrucción del Planeta, ni el sufrimiento inútil de sus formas de vida no humanas.
Estamos en el umbral de la Mente Verde (Ecológica), la última de las mentalidades de primer nivel, es decir las mentalidades más preocupadas por el tener que por el ser.
La Semana que entra: La Mente Verde.
Mi siempre admirada y policromática Claudia: ¿cómo adivinaste mi deseo oculto por adquirir una cabellera rubia, rizada, luminosa y, sobre todo, abundante? ¿No hay acaso una mente dorada? ¿Qué no es posible cifrar la dicha en la calidad del cabello? ¿No será incluso mucha casualidad que “cabello” incluya la palabra “bello”? ¿O que esta crisis que padezco desde mi adolescencia junto al deseo intenso que desde entonces tengo de no tener ni un pelo de tonto se convirtió en realidad? ¡Caray! Tus artículos de pronto se vuelven algo tormentosos. Abren conciencias. Pero, ¡ay!, cómo los disfruto. A fin de cuentas me alegran las horas, el día y la vida…Por ello creo que tú ya debes estar adquiriendo el color de los ángeles.
Me hiciste recordar que en esta crisis mía, uno de mis grandes ídolos es este cuate, a quien seguramente ya conoces (por lo menos a su “arquetipo”):
Te envío como siempre mi gratitud y mis deseos de que la estés pasando de maravilla.
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David! Ja, ja, ja buenísimo el arquetipo (no pos orita no estoy haciendo nada, pero tengo muchos proyectos… para enmarcarse y rolarlo a algunas amigas-moscas que se les pegan a arque-tipos como estos…) Puedes dar por cumplido el sueño de no tener ni un pelo…de tonto! Ora que si te animas como Rooney al transplante capilar creo que no estaria de mas checar la colorimetria de Gaby Vargas pues por tono de piel se me hace que te va mejor un rubio platinado y abundante melena como la que lucía David Roth en sus años dorados con Van Halen!! Abraxo!
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Como todos tus articulos mi estimada Claudia, muy bueno. Un saludo.
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Gracias, Ed. Ya vamos llegando a Pénjamo y a la prometida Mente Amarilla. Buena semana de grilla electorera para ti!
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Querida Claudia. Después de leerte me paré, fuí corriendo al espejo y ya no me asustó el tono verdoso en mi semblante que había notado desde hace un par de años!!
me quedo más tranquila, sabiendo que todo lo extraño de mi proceder tiene una explicación científica.
te mando un ABRAXO, y espero verte pronto.
Tere
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Ja, ja! Lo que pasa es que la psicologia se ha empeñado en decirnos o que estamos enfermos o que la vida termina a los 40. Pero, no… somos seres infinitos (e infinitamente raros) y de los 40 pa’lante todavía tenemos unas cuantos ases bajo la manga (y -que mejor- la capacidad de reirnos y disfrutarlos!) Abraxo de nuex
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