Confesiones de una Mente Hiper-Competitiva (Naranja)

Es Viernes y como lo prometido es deuda, ‘ay les va el saco unitalla para que se lo lleven a votar del Domingo (los que piensen votar)…

Nacimiento de la Mente Naranja Una vez pasada el estira y afloja entre los valores Azules y la conveniencia anaranjado pálido, el Ego vuelve a triunfar y desea dejar su huella en el mundo (o sea, el Naranja es un colo cálido y no se olvide que los colores cálidos son de expansión del ego).

Pero la aspiración de dominio Naranja es muy distinta a la Roja, pues ya no se trata de establecer una superioridad basada en la fuerza, sino en habilidades y talentos laborales. Ser número uno, dar resultados, convertirse en una autoridad, “hacerla en el mundo” son las prioridades de la Mente Anaranjada que es, por naturaleza, una mente jerárquica (de ahí su obsesión por estar siempre en la cúspide).

Históricamente la Mente Naranja aparece allá en la Revolución Industrial cuando el ser humano comenzó a entenderse a sí mismo en los términos del mercado naciente y a tasar su valía en base a sus posesiones. “Vales por lo que tienes” es el lema de la Mente Naranja.

En la vida personal nuestra mentalidad Naranja aflora en el momento en que comenzamos a hacer carrera en alguna empresa, partido político o institución o cuando iniciamos nuestro primer negocio, y nos encontramos con que la jerarquía de valores que nos enseñaron en la casa o la escuela no nos ayuda a triunfar.

Muy al contrario: en la mayoría de los ambientes corporativos ser amables, honestos, ayudar a los demás, no ser demasiado ambiciosos y decir lo que pensamos, son obstáculos en nuestro camino al éxito. Y es que los negocios, los partidos políticos e instituciones tienen una cultura Azul-Naranja o abiertamente Anaranjada y en estos ambientes la prioridad es ganar: mayor participación de mercado, la elección, hacer más dinero, conseguir más clientes que la competencia.

La Vida en Naranja no es la Vida en Rosa, aquí todos los juegos son suma cero: alguien debe perder para que yo gane. Y ahí donde ganar es prioridad, el pragmatismo -hacer lo que sea necesario- se impone sobre los principios y los valores.

Por eso, el idealismo Azul de nuestros primeros años profesionales  (voy a cambiar el mundo, yo no voy a ser como otros políticos, en mi empresa la gente será prioridad…) deja su lugar al “no se puede ir siempre contracorriente” o “el hay que adaptarse a la realidad”. O, al refinado cinismo corporativo que enmarca en un póster sus valores y los cuelga en la recepción, pero trata a sus empleados como tornillos desechables de la maquinaria productiva.

Profesionalmente hablando la realidad en la que nos movemos desde mediados del Siglo 19 es Naranja: una realidad donde lo único que importa son los negocios (Business is Business, dijo alguna vez el canciller oeste-alemán Konrad Adenauer para justificar el intercambio comercial con sus archi-enemigos ideológicos del Bloque Comunista).

En esta realidad, la productividad es más importante que el bienestar de las personas (como bien vio Marx), y el más capacitado domina quien menos habilidades tiene. Naranja es el color del llamado “Satanic Mill”, aquel Molino del Demonio de los inicios de la Revolución Industrial que se tragaba a comunidades enteras de seres humanos y los escupía completamente destrozados, consumidos,“inservibles” en términos Naranja.

La vida a través de la lente Naranja Si el pavoneo físico es típico de la Mente Roja, el pavoneo económico es señal inequívoca de una Mente Naranja. A la Mente Naranja la distingue el deseo de saberse dueña y señora de su entorno: lo suyo es lograr, ganar, “hacerla en la vida”, destacar, ser el número uno, llegar primero, ser la mejor vestida, etc, etc y etc (la vanidad humana no conoce límites).

Y por eso la Mente Naranja invierte la mayor parte de sus energías en las dos dimensiones de la vida profesional: “hacerla” y demostrar que “ya la hizo”. O, como quien dice, generar los medios económicos que le permitan acceder a los símbolos de estatus de los triunfadores que, en la mayoría de los casos, se traduce en tener la mansión o depa exclusivo, el Lambroghini o la Hummer, el Rolex, la bolsa Coach, los zapatos Prada, el guardarropa a la última…

Probablemente no haya en el arco iris neuronal una mente más materialista y adquisitiva, más propensa a comprar marcas que la Mente Naranja. Porque la Mente Naranja no ve sus posesiones como lo que son -artefactos útiles para la vida- los ve como spots publicitarios de su éxito:

El Porsche no es un medio de transporte, es un sutil (y veces ni tan sutil) recordatorio de lo “chingón” que soy. Al Naranja el reloj no le dice la hora; le anuncia a los demás “con quién están tratando” (los narcos -que son rojo/anaranjados- también son propensos a la presumiera: en su caso no de marcas, sino de la cadenota, la hebillota, la cacha de la pistola, todo en oro y con su alacrán debidamente tallado pá que no se vea pobreza y sepan con quien se están metiendo).

Puesto que mantener una vida basada en los últimos símbolos de estatus es caro, la Naranja es también una de las mentes más productivas del espectro mental. Es la mente del emprendedor, del businessman o del freelancer que deja la seguridad del corporativo azul, con su sueldo seguro y su descripción de puestos clara, en busca de mayor libertad y mayor riesgo que se traduzcan en mayores ganancias (un emprendedor -dicen por ahí- es alguien que trabaja para sí 18 horas al día con tal de no tener que trabajar 8 para alguien más).

Y es que -pese a su materialismo- a la Mente Naranja no le basta tener una fortuna, sino que deriva enorme satisfacción y sentido de su propia valía al hacerla. Quizá nadie haya capturado mejor el éxtasis Naranja que la novelista rusa Ayn Rand (cuyos libros “El Manantial” y la “Rebelión de Atlas” son imperdibles).

Los Naranja Profundo son los Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerbergs o  Warren Buffets de la Tierra: personas que disfrutan más el reto de generar riqueza que la riqueza misma. Y aunque muchos de ellos prefieran una vida frugal, lo cierto es que como buenos Naranjas- estos genios empresariales no están exentos de aspirar a los símbolos de estatus de los dioses de su categoría: llegar a la portada del Forbes o del Fortune 500, ser aclamados como “Hombre del Año” en Time o ser reconocidos como los más innovadores o fundadores de la compañía más valiosa, etc

En contraste, la mente azul-naranja -que también es materialista- prefiere heredar su posición social y fortuna: son los ricos de antes, los “jóvenes emprendedores” de alcurnia y apellido que pertenecen a las familias de siempre, a esa clase alta rancia y custodia de los “valores cristianos” a la que le gusta jugar al empresariado (nomás para que no se me vayan con la finta y confundan a los azul-naranja con los auténticos naranja).

A un Naranja Profundo nada le hace más feliz que hacer un “Plan de Negocios”, generar una proyección de ventas y lanzarse a conquistar el mercado. Iniciar de la nada, en el garaje de la casa paterna o recogiendo carbón en las vías férreas a la Rockefeller no es obstáculo para la Mente Naranja.

Confesiones de una Mente Naranja

Al igual que a las otras mentalidades individualistas (Roja y Amarilla), a la Naranja le cuesta mucho su relación con la autoridad. Pero, a diferencia de la Roja, la Naranja ha comprendido que no la puede desafiar o ignorar del todo. El Naranja sabe que no le conviene “quemar naves” o romper definitivamente porque el trato de mañana puede depender de esa persona que hoy insultamos. “No hay que cerrar puertas”, es un dicho muy socorrido por los Naranjas.

Aún así, de todas las autoridades la que menos acepta la Mente Naranja es la basada en tradiciones y/o “conocimientos librescos”.  La “teoría” en particular impacienta a la Mente Naranja y si bien el barniz de civilización Azul y la conveniencia le impiden rebelarse abiertamente, lo más probable es que los conocimientos teóricos le entren por un oído y le salgan por el otro (ya nos vamos dando cuenta lo difícil que es ser profesor universitario en las facultades de administración y economía: azules educando a naranjas).

Quizá por eso el Naranja prefiera cursos cortos, al grano, “hands on” (prácticos) que una educación universitaria tradicional (No  se olvide que ni Jobs ni Gates terminaron la carrera).

Los demás son también un problema para el Naranja: por un lado los necesita como empleados o consumidores y, por otro los desprecia o les teme según los perciba como competidores o no.

La autoimagen del Naranja es narcisista: yo soy un fregón, todos los demás son unos pend… De ahí la ambivalencia naranja hacia los demás: mientras que en su fuero íntimo el prójimo es para el naranja una nada despreciable, una simple herramienta para sus fines, en público hay que aparentar que el cliente siempre tiene la razón y que el empleado es lo más importante.

Pero en realidad, el Naranja no ve personas a su alrededor, no tiene colegas y mucho menos amigos. El Universo humano del Naranja está compuestos de “contactos”: naranjas como él a los que se puede exprimir bajo la anaranjadísima lógica utilitaria del “hoy por tí, mañana por mi”.

Las relaciones íntimas y duraderas no son nuestro fuerte en fase naranja: cuando mucho el naranja tiene pareja. Pero sus motivos para mantener esa relación tienen más que ver con la conveniencia (no estar solos, tener con quien salir) que con los vínculos emocionales (lo amo, me ama). Los Yuppies y los Dinks (Double Income No Kids o parejas de profesionistas activos sin hijos) tienen estilos de vida totalmente naranja.  

¿Cuando somos Naranja?

La pregunta es casi redundante, toda vez que el actual orden socio-económico es Anaranjado y nuestras interacciones con ese orden -si han de ser exitosas- suponen ejercitar nuestra mentalidad color Fanta (O Mirinda pa’ los más modernos).

Si el Azul y Azul-Naranja son los colores que predominan en las sociedades e individuos que están a medio camino entre el desarrollo y la tradición (Tercer Mundo y el Absurdistán Azteca), el Naranja es el color de las sociedades desarrolladas e individuos urbanos.

Es el color de la productividad entronizada, del profesionista que no tiene un minuto que perder y al que vemos tratando de exprimir el más jugo posible a sus minutos disponibles. La vida cotidiana está llena de escenas Naranja: desde la profesionista haciendo multi-tasking en su cubículo (o su auto); al joven que “aprovecha” el tiempo de espera en el aeropuerto terminando una presentación u hoja de cálculo en su laptop o tablet; al empresario que se levanta de la comida familiar, del cine o del templo porque “le entró una llamada muy importante” que no puede esperar.

Si el Naranja hace ejercicio es para mantenerse productivo evitando enfermedades o para ampliar el círculo de sus contactos (en el golf por ejemplo), pero no por gusto o disfrute de la actividad física misma (de ahí que muchos Naranjas sean víctimas fáciles de esos productos que prometen Abdominales de Acero en 10 minutos diarios).

Si se dedica a alguna actividad altruista es más por la imagen que por una real empatía con aquellos a quienes ayuda (o porque sus donaciones son deducibles de impuestos).

Si quiere ampliar sus conocimientos, lo hará con algún programa de Máster que le permita ser más productivo y/o hacer más rentables sus habilidades (el MBA es totalmente Naranja).

Si lee un libro será una guía How To que lo ayude a comunicarse mejor, a ser más productivo, a hacer más con menos. Leer por placer es una actividad desconocida para el Naranja (que si está leyendo esta serie seguro ya pensó aplicar lo aprendido en hacer marketing para venderles más a las diversas mentalidades, ka-ching, ka-ching).

Si se inscribe en alguna actividad religiosa o espiritual (yoga, budismo), lo más probable es que lo haga porque alguien le recomendó esa actividad para desestresarse, aumentar su resistencia en el trabajo, o de plano para cuidar su imagen.

Si tiene familia, lo más probable es que ésta se queje de que el miembro Naranja no les dedica tiempo suficiente (el workaholic es una mente Naranja enferma).

Y es que la Naranja es una mente instrumental que vive según la ley de Midas: lo que toca lo quiere hacer oro.  

Naranja dulce, limón partido.

Colectivamente y personalmente es mucho lo que le debemos a la Mente Naranja. A nivel personal no es menor la deuda que tenemos con los Anaranjados que nos precedieron: el estilo de vida y la educación de los que disfrutamos en nuestros años formativos son obra de padres Morado-Anaranjados que se preocuparon por darle lo mejor a sus hijos y para ello se partieron el lomo e hicieron decenas de sacrificios silenciosos.

A nivel colectivo todo lo que llamamos “progreso” es obra Naranja. Desde la investigación científica para descubrir una vacuna contra la polio hasta la creación de industrias y comercios para distribuir dichas vacunas; las telecomunicaciones que nos han abierto panoramas a otras formas de vida; las computadoras que facilitan nuestro trabajo; los cafés, restaurantes, antros, cines, equipos de fútbol y demás espectáculos que le dan sabor a la vida, todos descansan sobre la industriosa creatividad de la Mente Anaranjada.

Pero no se puede negar que a nivel colectivo la Mente Naranja es también autora de muchos de los desaguisados que hoy sufrimos, en especial el ecológico. Y es que la Naranja es una mente corto-plazista y utilitaria que ve en la Naturaleza y en los demás simples recursos para el proceso productivo (los términos “recursos humanos” y “tiempo muerto” fueron acuñados por la Mente Naranja).

Y es que la belleza, la solidaridad humana, el ocio, la filosofía, la poesía, los bosques, las flores, los animales, los mares, la amistad, el trabajo artesanal y todas las demás cosas “inútiles” o “ineficientes” no tienen cabida en la Mente Naranja salvo si les puede sacar algún provecho.

A la Mente Naranja no le interesan los procesos, sino los resultados. Un Naranja no entiende aquella frase del Quijote de “es mejor el camino que la posada”. La suya es una mentalidad “bottom line”, convencida que la vida que vale por el renglón que -al final del día, del año o de la vida- reporta nuestras pérdidas y ganancias.

Y maximizar las ganancias es la religión Naranja, al margen de lo que sea.

El problema de la Mente Naranja es quizá su excesiva ambición: es una Mente que todo lo quiere pero que no tiene tiempo para dedicarle a nada.

Por eso uno de los segmentos de mercado más rentables es el que se especializa en la Mente Naranja a la que no sólo es fácil venderle productos de estatus, sino los que dan resultado en poco tiempo como esos “productos milagro” -de fitness, espiritualidad, conocimiento- que prometen resultados instantáneos y maravillosos con sólo dedicarle 10 minutos diarios: “Meditación para gente ocupada”, “Gluteos de acero en tan sólo 3 minutos al mes”,  “Conviértase en experto neurocirujano en dos semanas”, etc.

 Querer hacer tanto con tan poco tiempo y ser el mejor en todo a la larga pasa factura por lo que la semana próxima veremos lo que le ocurre a una Mente Naranja sobre-exprimida en…
La Crisis de los 40 (and beyond)

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