La Mente Amarilla (Integradora)

Los Adams son Amarillos

Llegamos a la primera parada de la Segunda Etapa del Desarrollo de la Conciencia Humana, una etapa que a la mayoría se nos antoja todavía lejana pues supone la satisfacción plena de las necesidades básicas de la persona, cosa que -como ya vimos- incluye comer tres veces al día, tener techo, haber logrado cierto prestigio profesional y -last but not least- saberse amado.

Sobra decir que en los tiempos que corren, ponerle palomita a cada una de esas necesidades no es sencillo.

De ahí, dice Graves, que la gran mayoría de la Humanidad se mueva en la gama de colores que van del Beige al Verde y que los estilos de vida que caracterizan a los colores de la Segunda Fase -Amarillo y Turquesa-, se antojen todavía como realidades utópicas o irrealizables. Incluso desde la óptica de los colores de la Primera Fase, estas formas de vida a veces parecen defectuosas, raras o de plano más excéntricas que aquellos “Locos Adams” de mi infancia.

Tal es el caso de la Mente Amarilla que si bien es capaz de honrar y respetar todos los colores del arco iris mental, no recibe la misma cortesía de forma recíproca.

Y es que para los colores de la Primera Fase, el Amarillo es el color de los marcianos (raros, raritos, rarísimos):

La Mente Morada ni siquiera sabe de la existencia del Amarillo (¿Qué queé? ¿Hay gente que prefiere estar sola que mal acompañada, que no tiene ceremonias ni ritos, que no pertenece a ninguna tribu y, es más, se resiste como gato boca arriba a pertenecer a nada?? Como dijo McEnroe en una de sus finales de Wimbledon: You’ve got to be kidding me!).

Para la Mente Roja, la Amarilla resulta un enigma indescifrable pues -pudiendo dominar sobre los demás- el Amarillo prefiere no hacerlo (Le faltan cojones, es la única explicación al alcance de la Mente Roja).

Para la Mente Azul, el Amarillo presenta serias inconsistencias, relativismo, egoísmo e irreverencia a lo sagrado (check, check, check me dijo una vocecita interna).

Para la Mente Naranja, la Amarilla es una Mente inestable, sin capacidad de compromiso para hacer carrera en una empresa y/o sin fuerza de voluntad para finiquitar sus múltiples proyectos (ajem, ajem se me hace que voy a a escribir la guía de “Como ser Amarillo sin Morir en el Intento”).

Finalmente, para la Mente Verde, el Amarillo es frío y reservado, demasiado cerebral e indispuesto a zambullirse en los gozos -lágrimas y risas- de la vida comunitaria.

Y lo curioso del caso es que todas estas apreciaciones son ciertas, dice Graves, pero no así los motivos que las explican, pues la Mente Amarilla -como parte de la Segunda Fase- inaugura también su propia lógica.

Una lógica que no es la de dominio/pertenencia, logro/aprobación que caracterizó a la Primera Fase.

La Amarilla -escribe Graves- es la primera Mente cuyos afanes no pueden entenderse como medios para lograr algo (aprobación, dinero, poder, salvación) sino como fines en sí mismos.

La Vida es un Inmenso Juego de Legos

En sus momentos introspectivos la Mente Verde tiene visiones apocalípticas: la extinción de las especies, la guerra del agua, la destrucción nuclear y ese sin fin de catástrofes naturales y provocadas por el hombre que hacen las delicias del cine futurista (cuya solución es siempre un “retorno al Noble Salvaje” como en la película Avatar).

La Mente Amarilla comparte la evaluación Verde de que hasta ahora el “progreso humano” ha sido demasiado oneroso y destructivo ecológica, social y humanamente.

Pero, lejos de abandonarse a la nostalgia y/o intentar poner freno de mano al desarrollo, una Mente en Amarillo considera que el único camino es hacia adelante, pues esa misma ciencia que hemos mal empleado hasta ahora, puesto a nuestro alcance tecnologías, oportunidades y conocimientos sin precedente para lograr un desarrollo más equilibrado, más limpio y más satisfactorio.

Para la Mente Amarilla el Mundo es un inmenso juego de Legos donde las piezas no cambian: De nada sirve suspirar por un mundo donde todos seamos homogéneamente creyentes o rábidos ecologistas o productivos empresarios, pues en el juego de la vida las piezas son y siempre serán diversas.

Lo que si podemos hacer es jugar con el diseño y reacomodar las piezas existentes de tal modo que todo embone o funcione mejor.

Y si hay una Mente a la que se le dé el reacomodo de piezas, la combinación de conceptos, la creación de quimeras, la exploración de posibilidades es a la Mente Amarilla, a la que Graves llamó la “Mente Integradora”.

Como la Verde, la Amarilla es una Mente que ve el mundo como un todo complejo e interconectado que exige soluciones ya. Pero, con Ortega y Gasset, la Mente Amarilla comprende que no se puede tratar de solucionar problemas archicomplejos con soluciones archisimples.

Y para la Amarilla, todo intento de regresar -a una época más inocente, o más pura, a una comunidad rural o a la punta del Himalaya- si bien puede paliar algo del daño creado por la Mente Naranja, es incapaz de solucionar el problema de fondo.

Las soluciones -piensa el Amarillo- no pasan por convertir a todo mundo al mismo credo como piensa el Azul, ni por lograr mayor eficacia como piensa el Naranja, ni en volver atrás como propone el Verde. Las soluciones radican en emplear nuevos métodos y nuevas tecnologías para que todos los colores puedan ser ellos mismos sin causar una devastación ecológica, humana o social.

Por eso el Amarillo ve en la ciencia y la tecnología un aliado y no un enemigo: simplemente sustentar las necesidades básicas de la población actual del Planeta hace inviable dejar de consumir pues dicha “solución verde” elimina los empleos de los que vive buena parte de esa misma población.

Así que, lejos de imponer la frugalidad como forma de vida y esperar que por sí misma elimine los problemas, la Mente Amarilla apuesta por un consumo menos destructivo del Planeta basado combustibles limpios y tecnologías alternativas; un consumo menos destructivo de las comunidades a través de mecanismos de mercado más justos; y un consumo menos destructivo del espíritu a través de horarios más flexibles y lugares de trabajo más acordes a las necesidades de cada quien (trabajo remoto, trabajo desde el hogar, etc).

La soluciones -parece decir la Mente Amarilla- no están atrás, sino adelante. No implican darle la espalda a la tecnología, sino en abrazar sus posibilidades. Y no radican en el simple deseo de que todos actuemos igual, sino en que cada Mente tenga formas constructivas de expresar sus necesidades y satisfacerlas.

Para la Mente Amarilla, la única manera de alcanzar esas metas es a través de la colaboración de los saberes para crear un enfoque capaz de abordar un mismo problema desde varias disciplinas. Un enfoque multi e interdisciplinario que no desdeñe ni las intuiciones espirituales las religiones, ni los últimos hallazgos de las ciencias, ni las verdades perennes de las humanidades (ejemplos concretos de estos enfoques se pueden leer en la revista Ode y en Enlightenment Next).

“El futuro -dijo algún día Steve Jobs (que en su faceta creativa era totalmente Amarillo)- pertenece a quienes sepan trabajar en la intersección de las ciencias y las humanidades”. Y ahí es donde encontraremos siempre a una Mente Amarilla, trabajando en los improbables cruceros de la tecnología y el humanismo, la física y la mística, la economía y la ecología.

La Vida en Amarillo

Si algo caracteriza a la Mente Amarilla es su deseo de independencia intelectual para explorar el  mundo, para seguir los derroteros que le marca su curiosidad y no los dictados de la convención, la conveniencia o la comunidad. A un Amarillo nada le hace más feliz que jugar con conceptos y teorías novedosos, extraer información, combinar nuevas ideas y posibilidades para buscar conexiones donde aparentemente no las hay.

Aprender de todo y de todos es el fin de la vida Amarilla pero, -y es aquí donde el Amarillo empieza a parecer “rarito” desde la perspectiva de los demás colores- el fin último de dicho aprendizaje es el aprendizaje en sí mismo. Por eso al Amarillo no le importa si sus temas le parecen muy esotéricos (elevados, raros) a los demás, ni le preocupa que las horas de estudio no lleguen a cristalizar en algo  “productivo” (Naranja/Rojo) y ni siquiera que tengan aplicación práctica para beneficio de la comunidad (Azul/Verde).

Lo estimulante para la Mente Amarilla son las ideas mismas y la posibilidad de combinarlas, reorganizarlas, interconectarlas con otras áreas y crear con ellas una comprensión del mundo más extensa y, a la vez, más profunda (Pienso en el Tao de la Física de Fritjof Capra –descargar gratis aquí– como ejemplo del tipo de teorías que busca la Mente Amarilla; y otro magnífico ejemplo es este videíto de Steven Johnson).

Como el Amarillo reconoce que nadie tiene la Verdad, pero en todo hay un granito de verdadero, la Mente en esta etapa es flexible y abierta al cambio pues está consciente de que los hallazgos de hoy no están labrados en piedra y pueden ser desbancados por una mejor explicación que aparezca mañana.

Eso si, para que una Mente Amarilla cambie una teoría por otra que se anuncia como “mejor” no bastan los caprichos o artificios que convencen a otras Mentes: no es lo nuevo, ni lo recomendado por el gurú, ni lo de moda, no lo que todo mundo cree lo que convence a una Mente Amarilla a cambiar de opinión. No. Antes de cambiar de idea, la Mente Amarilla somete cualquier teoría o autoridad a un discreto pero despiadado análisis para ver si efectivamente lo “nuevo” se sostiene por sus propios pies y si es mejor que la teoría vigente.

El Amarillo y los demás

Como en el caso de las otras Mentes de colores cálidos, las relaciones interpersonales no son el fuerte del Amarillo.

Pero a diferencia del Rojo que ve a los demás como súbditos en potencia (se me cuadran!) o el Naranja que los convierte en escalones de su éxito (clientes o admiradores), los problemas de relación del Amarillo no tienen su raíz en la forma cómo el Amarillo ve a los otros, sino en el hecho de que a menudo el Amarillo ni siquiera los ve.

O, lo que es lo mismo: el ejercicio de las neuronas resulta tan entretenido, absorbente y apasionante para la Mente Amarilla que, a menudo, se olvida (o ignora) a los demás.

De hecho, dice Graves, siendo una Mente con muy pocas necesidades emocionales (de compañía o aprobación), el Amarillo tiende a “desaparecer del mapa” y embeberse en un tema, problema o interés y no volver a buscar a los otros a menos que esté aburrido y/o se haya atascado (en cuyo caso la pausa le permite tomar distancia de sus ideas y refrescar su mente).

La riqueza de su mundo interior, su deseo de experimentar y su curiosidad inacabable llevan a la Mente Amarilla a realizar cambios tan frecuentes como profundos en su estilo de vida. Cambios que dejan pasmadas a las Mentes de otros colores. Y es que el Amarillo es capaz de pasar del entusiasmo más ensimismado al desinterés más absoluto sin escalas ni aparente motivo, por lo que es frecuentemente acusado de volubilidad (Azul), de falta de decisión (Rojo) o incapacidad para llevar a término lo iniciado (Naranja).

Pero lo que desde la óptica de la Primera Fase parece un defecto, desde la óptica Amarilla es lo más natural.

Y es que ya dijimos que la Mente Amarilla difiere de las otras en su naturaleza no instrumental: es decir, no emprende algo en aras de lograr un resultado, sino en aras de lo que la actividad misma le ofrece (diversión, aprendizaje, retos, ideas estimulantes, experiencias, etc). Dicho de otro modo: los temas de la Mente Amarilla vienen y van, la constante es su interés por aprender.

Por eso, cuando un proyecto, hobby, interés, relación o trabajo ya le enseñaron todo lo que le podían enseñar, cuando ya no presentan retos, gozo, estimulo intelectual y/o cuando resultan simplemente repetitivos, la Mente Amarilla no le ve caso a seguir invirtiendo su tiempo y esfuerzo en esas actividades.

No por nada la Mente Amarilla ha acuñado un término e inventado una disciplina que le permite encarar la existencia ya no como “lo que le pasa” “o lo que debe hacer” sino como un proyecto diseñado deliberadamente a la medida de sus gustos, pasiones, deseos e intereses: el Diseño Vital o Life Design.

La idea básica del movimiento tal como lo expresa Tim Ferris en su “Semana Laboral de 4 Horas” o “Four Hour Work Week” es diseñar nuestra vida de tal modo que tengamos más libertad y tiempo para hacer lo que nos gusta.

Y eso se logra partiendo de las bases de la Mente Verde: reducir el consumo y simplificar nuestra vida de tal modo que no necesitemos trabajar como bueyes para comprar cosas superfluas que, en último término, no disfrutamos (o las compramos solo para estar in e impresionar tarugos); y que dediquemos nuestras horas a los placeres máximos de la Mente Amarilla: crecer, viajar, aprender, acumular experiencias (en vez de cosas), desarrollar talentos. O, dicho más llanamente: que trabajemos para vivir y no vivamos para trabajar.

De ahí que la Mente Amarilla sea también -dice Graves- una de las más flexibles y desapegadas: puesto que no le interesan los beneficios que otras Mentes derivan de sus acciones si se queda -en una discusión, en una chamba, en una relación, práctica espiritual o hobby- no es por los beneficios que le ofrecen, sino porque deriva de ellas algún estímulo intelectual. En cuanto dicho estímulo desaparece, la Mente Amarilla -que tiene más proyectos que vida- simplemente grita como dependiente de salchichería: Neeext!

Y, hablando de Neext… la Semana que viene: la Transición al Turquesa (penúltima oportunidad para quienes no se han “hallado” en el pantonario mental que hemos recorrido hasta aquí)

3 comentarios

  1. Mi estimada Claudia, cómo siempre, magnifico tu artículo. Me siento amarillo con muchas salpicaduras de todos los colores, cómo muy psicodelico y cada vez más explicable y paradojicamente confundido. Un afectuoso e integrador saludo.

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  2. Pues yo creo que me encontré mas en la transición del verde-amarillo ( conste que no soy partidaria de Brasil) que en el amarillo puro, pero transito por buen camino así que amarillos hay les voy!!!

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