Cuando en 1818 Mary Shelley escribió el ahora clásico “Frankenstein” poco sabía que su receta para crear y dar vida a un monstruo sería adoptada por los padres de familia de todo el mundo para educar a sus vastaguitos. A casi 200 años de la aparición de la obra cada que se aproxima el regreso a clases, los paterfamilias del mundo miran las interminables listas de ‘necesidades’ escolares de sus engendritos y –tras un manicure oral al más puro estilo del gordo Cartsens- exclaman con el mismo espanto y asombro que el Dr. Frankenstein: “¡Dios mío, hemos creado un monstruo!”
Amén de que los tradicionales costos de inscripción, colegiaturas, útiles y uniformes son cada día ‘más muchos’ y salen más caros, so pretexto de estar a la vanguardia pedagógica, muchas escuelas y colegios exigen a los padres de familia mayor inversión en tecnologías, presupuesto para viajes escolares y uniformes para competencias deportivas. Si a eso le añadimos lo que los padres invierten para su tranquilidad de ánimo y comodidad corporal –celulares para saber donde están los chavos y/o auto propio para darles independencia- el monstruo presupuestal que supone tener un adolescente en casa empieza a crecer fuera de control.
Pero donde ya la cosa verdaderamente se desquicia es en el rubro de gastos personales no necesarios. Si hemos de creer el estudio del 2007 de la revista CNNExpansión, cada adolescente de clase media en México se chuta en promedio unos dos mil pesos al mes en telefonía, antros, cine y música; exige que sus papás le compren un guardarropa de marca y los gadgets de moda al menos dos veces por año; que le apoquinen para hacer un viaje por semestre con sus cuates o amigas; que lo lleven de vacaciones al menos una vez por año; que le pongan internet y cable, le paguen el gym o las clases especiales y le den para sus gustitos (maquillaje y moda para ellas; tecnología y moda para ellos).
Total, en puros pitos y flautas cada adolescente mexicano de clase media se chupa unos 60 mil pesos anuales (alrededor de mil 200 días de salario mínimo), mismos que no considera un ‘extra’ que sus progenitores les dan con todo gusto cuando se puede, sino que los exigen como si fueran derechos humanos inalienables. Cual diputados en ciernes, muchos adolescentes defienden su presupuesto y esperan recibirlo al margen de la crisis como prueba de que sus padres son ‘cool’ (merecedores de amor y respeto) o amenazan con tomar la tribuna sentimental y armarles una pataleta a sus progenitores (http://www.cnnexpansion.com/midinero/2007/7/13/bfcuanto-cuesta-el-consumo-adolescente).
Claro que con lo dicho hasta aquí me estoy ganando la muy mexicana réplica de “vieja metiche, es mi dinero y yo a mis hijos les doy lo mejor porque para eso trabajo”; réplica que sería justificada de no ser porque traigo un as bajo la manga que me permitirá salir del trance más airosa que el TRI del Azteca. Y es que en el mundo civilizado (ese que tanto despreciamos y tanto intentamos emular) un terremoto silencioso está poniendo a temblar todos los esquemas ‘productivos’ que hasta ahora han regido nuestra forma de vida. Desde la empresa hasta el kinder, poco a poco vuelve a la vida la sospecha de que ‘menos es más’ y que el actual atiborre de actividades, gadgets y cosas no sólo nos hace más pobres económicamente y más miserables anímicamente, sino que no hace menos eficientes y menos productivos.
Y ora si, como el Dr. Victor Frankenstein, voy por partes: tras casi 150 años de tratar exclusivamente con patologías y enfermos mentales, en manos de expertos como Selligman, Csikszentmihaly y Hillman la psicología positiva ha comenzado a explorar los efectos a largo plazo de los hábitos culturales de la gente ‘normal’ y los resultados de esta nueva disciplina han sorprendido a más de un pedagogo y gurú del management: lejos de liberar neurona para hacernos más inteligentes, la tecno-dependencia laboral y lúdica ha atrofiado el cerebro del humano moderno y nos ha hecho menos creativos; lejos de hacernos más felices y/o plenos, la sobreoferta de entretenimiento pasivo (TV, Internet, juegos de video, espectáculos musicales y deportivos) ha redundado en mayores problemas de salud corporal (obesidad) y anímica (depresión). En lugar de hacernos más productivos y eficientes, el multi-tasking está directamente relacionado con el síndrome de atención deficitaria, la baja calidad de un trabajo plagado de interrupciones y la nula satisfacción laboral (Alan Carr, Positive Psychology).
Paradójicamente, mientras las mejores empresas ya han tomado nota de estos hallazgos y tendencias y rediseñan sus perfiles de puesto y sus ambientes de trabajo para generar el tiempo y el espacio que requiere el desarrollo de ideas nuevas y empleados de calidad; aquí las escuelas y padres de familia siguen fomentando la educación basada en el activismo, la tecno-dependencia y el consumo que ha creado varias generaciones de ‘monstruos’ consumistas y ha dejado a más de un padre de familia en la bancarrota.
Publicado originalmente en el Diario Mural del Grupo Reforma.
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