Hay voces que no cesan y se difunden en todos los medios a nivel mundial. Son voces que tienen mucha saliva y tragan más pinole mediático pues poseen datos duros, realizan predicciones sobre los mercados (que siempre fallan) y generan cualquier cantidad de planes de acción para salir de la crisis que ellos mismos crearon. Son las voces de los políticos, economistas y magnates que defienden el status quo. Hay otras voces que hacen mucho ruido, repitiendo consignas cual discos rayados, pero cuya estridencia los excluye de una participación proactiva en el intercambio de ideas. Son las voces de los manifestantes y altermundistas cuyo curioso camino hacia un mundo mejor inicia en el odio a los demás y el insulto hacia quienes piensan distinto (¿les suena?).
Estas voces suelen ser todo lo que oímos de las grandes reuniones mundiales como el World Economic Forum (WEF) de Davos, Suiza. Sin embargo, hay otras expresiones que con notable economía de palabras nos dan el remedio y el trapito para la crisis mundial: “hay suficiente para las necesidades de todo mundo, pero no lo bastante para la avaricia de todos”. Son voces que los medios tienden a ignorar pues ni conjuran negros nubarrones de pesimismo, ni producen escándalos. Una de ellas es la del intérprete francófono del Dalai Lama, Matthieu Ricard.
Invitado a Davos por segundo año consecutivo, Ricard desentona entre los vestidos Prada y las corbatas Zegna tanto por su túnica azafrán de monje budista como por sus palabras y por haber ganado su derecho a ser escuchado a pulso de sus convicciones y congruencia. A Ricard no lo respalda institución religiosa alguna (de esas que –en su doble moral- son todo compasión cuando uno de los suyos la riega, pero son la madre del rigor al juzgar ajenos), ni viene a vender políticas de derecha o izquierda que lo lleven a él y a sus correligionarios al poder. Tampoco viene becado por alguna ONG para gritar contra los dueños del balón financiero, aunque su posición es la antitesis del consumismo enfermo que Davos quiere resucitar a toda prisa. De hecho, Ricard viene a proponer que en el 2010 el WEF discuta una “economía de la Felicidad Nacional Bruta”, un índice de prosperidad que tome en cuenta las ganancias económicas así como las prácticas de comercio equitativo, las calidades humanas y el respeto al medio ambiente de un País y empresa (http://www.swissinfo.ch, Domingo 1 Enero).
Si bien su propuesta tiene más coincidencias con la de los altermundistas que con la de los organizadores del WEF, Ricard tiene bien claro que no es lo mismo vociferar que tener voz en un diálogo. Para lo primero bastan consignas e insultos lanzados a distancia, desde la seguridad de la masa anónima; para lo segundo se necesitan ideas, propuestas, apertura y sobre todo, haber renunciado al estilo de vida consumista que muchos ideólogos zurdos critican de palabra y abrazan en la práctica (como el Sub Marcos que “odia la explotación de las maquiladoras” y se cuelga todos los gadgets que en ellas se producen). Y es que sin este cambio radical de vida –también llamado congruencia- todo el altermundismo y activismo anti-establishment pierden autoridad pues dejan de ser búsqueda de un mundo mejor para convertirse en lucha por una mayor tajada.
Frente a esta oposición vengativa, Ricard propone una estrategia política gandhiana basada en la triple tarea de la Ahimsa (no violencia de obra, pensamiento o palabra), Satyagraha (decir la verdad siempre) y Karuna (compasión) hacia el rival. De lo que se trata, diría Gandhi, es de “cambiar las mentes de mis opositores, no de matarlos por sus debilidades”. Convencer, no aborrecer.
Y es que para Ricard la solución a la crisis mundial inicia en un cambio de mentalidad. Por eso participa en los foros de neurociencias y los efectos de la espiritualidad sobre el cerebro a corto y largo plazo, convencido que sólo quien ha eliminado de su ánimo su propia cólera, odio, depresión, miedo y frustración es capaz de enarbolar la bandera del verdadero cambio. Lo demás no es más que uno de esos “quitate tú pa’ ponerme yo” tan comunes entre nuestros polacos “anti-establishment”.
Así, frente a los escépticos y materialistas de Davos, Ricard recuerda que la mejor y más difícil contribución que cada quien puede hacer al mundo no es gritar consignas o mentarles la madre a los políticos; es hacer las paces con su conciencia y situación, pues quien lo hace deja de proyectar su infelicidad sobre los demás y capta que no se construye un mundo más justo practicando la injusticia. O, en las inspiradas palabras del poeta budista Shantideva en quien Ricard se inspira: “para acabar con el mal tendríamos que matar un número infinito de hombres. Pero si tan sólo matáramos nuestro odio, todos nuestros enemigos perecerían con él”. Por su congruencia personal y la luminosidad de sus ideas en estos tiempos crispados y maniqueos, la de Ricard es una de las pocas voces anti-establishment que todavía vale la pena escuchar (lo demás son spots demagógicos).
Publicado originalmente en el Diario Mural del Grupo Reforma.
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