Pues hoy es 11 y como lo prometido es deuda ahí les va la primer entrega de los prometidos “Colores de la Mente”.
¿Alguna vez has visto una película con alguien muy cercano y a la salida, por sus comentarios, te das cuenta que vieron películas completamente distintas? O, ¿has abandonado la lectura de un libro sólo para reintentarlo años más tarde y preguntarte, cómo no te gustó entonces? O ¿te ha pasado que tus amigos del alma -aquellos que entendías y te entendían perfecto- andan en un canal muy distinto al tuyo (“se quedaron”, “se elevaron”) y ya no haces “click” con ellos para nada?
Si es así, no te apures: no eres rarit@, ni estás loc@. Al contrario, eres la prueba viviente de que el psicólogo americano Clare W. Graves tenía razón cuando dijo que la mente adulta es plástica, fluida y siempre cambiante.
Y es que allá por los años 60 Graves -un profesor de psicología universitario- se mesaba los cabellos cada que escuchaba a su auditorio preguntar cual de todas las teorías psicológicas explicaba mejor al ser humano.
Graves, que llevaba mucho tiempo pensado que la psicología se había vuelto dogmática y más que entender a las personas intentaba catalogarlas en cajones y etiquetarlas como sanas o enfermas, normales o anormales, neuróticas o psicóticas estaba convencido de que su disciplina descansaba sobre un reduccionismo simplista.
De ahí que un día que sus estudiantes lo agarraron de malas con la preguntita sobre cual teoría “era la buena” Graves explotó: “¡Maldición, yo creo que cada quien tiene derecho a ser quien es!”
Y es que para Graves no había una única mente sino muchas, cada una con su particular forma de ver e interpretar al mundo. Así nació la Dinámica del Espiral, una teoría que nos permite comprender (sin menospreciar) por qué los seres humanos interpretamos los mismos objetos y palabras de forma tan distinta y por qué, ante idénticas experiencias y oportunidades, reaccionamos de maneras a veces opuestas.
También nos permite comprender por qué -en nuestra propia vida- pensamos y actuamos de formas que hubieran sido impensables en una etapa anterior (como la reventada del salón que se hace Legia o el burro que se vuelve un científico brillante). O porqué, a lo largo de nuestro recorrido existencial, -y de forma casi imperceptible- cambiamos varias veces de filosofía, de creencias, de actividades, de gustos, convicciones, formas de vestir y hasta de música.
Sin duda muchos de esos cambios reflejan nuestras experiencias vitales pero, según Graves, reflejan también que la mente humana es dinámica y que -cada que cambiamos algo en nuestra forma de pensar- nuestras neuronas luchan por integrar el nuevo dato u experiencia a nuestro sistema de pensamiento actual.
Si la experiencia o dato es de poca importancia, lo más seguro es que la mente la absorba y lo adapte a nuestras actuales convicciones sin mayores problemas. Pero si la experiencia es altamente traumática o relevante sucederá un terremoto mental pues el nuevo principio obligará a la mente a revisar todo su repertorio de pensamientos y acciones para desechar aquello que yo no encaje.
Es por este proceso que crecemos, maduramos y ensanchamos nuestras miras existenciales desde la egoísta búsqueda del placer y gloria personal del adolescente, hasta la solidaridad con el Cosmos y la vida propia del sabio, pasando por etapas en las que creemos estar en “La Verdad” y con derecho a imponer nuestras creencias sobre los demás.
En palabras de Graves: “A cada nivel de la existencia, el ser humano adulto anda en búsqueda de un modo de vida que le haga feliz. En el primer nivel busca satisfacción fisiológica automática. En el segundo, busca seguridad para él y los suyos, seguido de deseos de descollar y obtener poder y gloria. A esta búsqueda le sigue el deseo del placer material, de las relaciones afectuosas, de la dignidad y la paz. Y conforme el ser humano arriba a cada etapa, cree que ahí encontrará la respuesta a su existencia. Y sin embargo, para su sorpresa, encuentra que la solución a la que ha llegado en cada etapa no es la solución que buscaba. Y es que cada etapa en la evolución de la mente humana soluciona un tipo de problemas y crea otros nuevos. La búsqueda de la felicidad es infinita…” (Clare W. Graves. The Never-Ending Quest).
En la teoría de los discípulos de Graves, Don Beck y Chris Cowan, cada una de estas etapas de la búsqueda tiene un color que representa la aspiración central sobre la que está basada toda una manera de ver la vida y responder a ella. Sin ser exhaustivos (pues la búsqueda es infinita) Cowan y Beck distinguen 8 colores o formas actuales de buscar la realización plena.
Beige: Felicidad = Supervivencia
Morado: Felicidad = Pertenencia
Rojo: Felicidad = Poder y Gloria Personal
Azul: Felicidad = Trascendencia
Naranja: Felicidad = Éxito Profesional
Verde: Felicidad = Comunidad con los demás y la Naturaleza
Amarillo: Felicidad = Libertad Personal para Aprender y Experimentar
Turquesa: Felicidad = Holismo, Espritualidad que Desaparece Dicotomías (ricos-pobres, mente-cuerpo, fe-razón)
La Semana que Entra: La Mente Instintiva (Beige)
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