De las miles de anécdotas que se cuentan de Cristóbal Colón (Hoy es Día de la Raza, raza!) mi favorita es la que dice que un buen día, a medio Oceáno, cuando su tripulación ya dudaba de volver a ver tierra y más de alguno murmuraba contra la necedad del capitán que los llevaría a la muerte segura; cuando sus oficiales le aconsejaban abandonar la empresa y, cuando en su fuero íntimo luchaba contra sí mismo, Colón salió a la cubierta de la Santa María a ver las estrellas.
Miró por el telescopio hacia la popa y vio “La Niña” de Vicente Yáñez Pinzón seguida de “La Pinta” de Matrín Alonzo Pinzón que ciegamente lo seguían.
Miró hacia la proa y nada. Miró a estibor y nada. Miró a babor. Nada.
Sus tres carabelas surcaban el interminable azul y negro del Oceáno.
En las tres naves, las provisiones escaseaban peligrosamente.
Los hombres sufrían de escorbuto y enfermedades de la piel.
Los ánimos estaban a punto de motín.
¿Qué hacer: girar órdenes de regresar a España y salvar el pellejo o arriesgarlo todo en pos de una tierra que quizá no estuviera ahí?
Colón, dicen, volvió a recorrer la rosa de los vientos con la mirada y el parco Océano ni una mísera pista le dio.
Pero en el breve tiempo que le llevó regresar a su camarote Colón asumió la responsabilidad y el riesgo (oséase, tomó una decisión).
“Navegamos hacia adelante,” escribió en la bitácora de su nave.
Y luego, como no necesitaba escribir más, se durmió.
“Navegamos hacia adelante”.
Hay un mundo de determinación en esas tres palabras. Un mundo que nos lleva a descubrir Nuevos Mundos.
Por eso me gusta la anécdota, aunque sospecho que es falsa.
¿Y es que cuántas veces, en la mitad de un proyecto, de una relación, de una misión nos tienta -como a Colón y a sus hombres- la idea de volver a puerto seguro, de amotinarnos contra nuestras decisiones, de mandar todo a la fregada por falta de resultados o de esa señal que nos diga que vamos bien?
¿Cuántas noches no hemos pasado -cada uno de nosotros-, insomnes, deshojando alguna margarita, creyendo que si nos quedásemos en cubierta otra hora, oteando el horizonte hasta el amanecer, no tendríamos que tomar una decisión basados -como Colón- en la fragilidad de nuestras corazonadas?
Colón no se desveló.
Analizó fríamente la situación, los pros y contras, verificó que no habría ayuda divina y decidió navegar hacia adelante como Edison navegaría hacia adelante para descubrir la bombilla, y como Mandela navegaría hacia adelante para acabar con el apartheid y como Pasteur navegaría hacia adelante para dar con la penicilina…
Cada uno en lo suyo, estos navegantes asumieron la responsabilidad y el riesgo de perseverar en lo decidido.
Y -navegando hacia adelante- cada uno descubrió su Nuevo Mundo y nos enriqueció a todos.
Me gusta esta anécdota. No importa que los puristas digan que es falsa.
¡Feliz día de la Raza, raza!
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