El Guardarropa Mental

Ya empezó el frillito matutino y con él comienzan a salir los chalecos, suéteres, zapatos cerrados y demás trapitos de moda Otoño-Invierno. Aquí en el Zoo también queremos reflejar el cambio de temporada con un cambio de “look”. Pero más allá de la estética (que tiene sus encantos) el cambio de colores busca recordarnos la importancia de también -de vez en vez- cambiar los trapitos que recubren nuestra mente.

Y es como bien dice Adam Scharr en su estudio sobre los efectos del entorno sobre el pensamiento (Heidegger’s Hut), el clima y el lugar atraen ciertos tipos de actividad mental (¿O qué, ustedes creen que los niveles de cultura que manejan los finlandeses es genético? Nein, es climático!!! Con temperaturas bajo cero mitad de año hasta la Maistra Elba Esther se pone a leer!!).

Anyways, el caso es que la mente es también un guardarropa y tiene pensamientos para todo clima y ocasión.

Yo, por ejemplo guardo en mi guardarropa mental pensamientos nuevos y viejos, de moda y clásicos, elegantes y sport. Tengo conceptos que parecen overoles de tan gastados y remendados; otros apenas y me los he probado a la espera que mi neurona engorde, enflaque o se ponga de modo para lucirlos. Otros esperan companía para discutirlos y los más son para disfrutar a solas y saborear como se saborea un chocolatito caliente: con las manos alrededor de la taza y la taza bien pegada a la nariz (Ahh!).

Estos últimos pensamientos me son muy queridos cuando llega el frillito. Son como esos suéteres viejos que más de algún alma caritativa insiste que debí donar a un asilo o bazar hace más de una década pero que, cuando los iba a tirar, me dieron un abrazo tan tierno que se quedaron conmigo toda la vida. Son pensamientos cálidos, familiares y sin pretensiones. Son mis amigos del alma, el ABC de mi existencia.

Y Henry David Thoreau (HDT) siempre es el primero en llegar, como los cielos azules del verano indio. De pronto, sin saber ni cómo, ni a qué horas, ni por qué el viejo libro amarillo se cruza en mi camino y la tentación de releer el “Walden” por enésima vez resulta tan irresistible como cuando me lo topé por primera vez a mis trece años.

Apenas abrir esas páginas amarillas y con olor a libro viejo me imagino la cara de aquél burócrata educativo de Harvard cuando en respuesta a su inventario de gradudados -quién eres y cuánto ganas-, recibió de HDT, la más maravillosa respuesta que un graduado pueda dar a su alma mater, aunque a esta -más preocupada por los dineros y puestos que por la calidad de las almas que forjó- dicha respuesta no le parezca ni poquito graciosa (me suena, me suena):

Mi empleo -dice HDT- no es del tipo que pueda describirse en un aviso de ocasión, ni en una descripción de puestos; soy explorador de mi mismo, un Colón que día a día descubre nuevos mundos y continentes en sí mismo y pasa la vida abriendo nuevos canales -no de comercio- sino de pensamiento. Porque encuentro -contra lo que aprendí en Harvard- que prefiero vender mi ropa y prescindir de mis demás posesiones, si ese es el precio de mantener mi libertad interior.

Amén.

De verdad que hay libros que leemos y libros que nos leen a nosotros y que, año con año, nos hacen más suyos. Libros que son como unos buenos jeans, parte esencial de nuestro guardarropa existencial sin los que no seríamos hoy una fracción de quienes somos. Y tú, ¿ya sabes cuáles son tus libros y pensamientos esenciales?

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