Ora que está por verificarse el multicitado debate de los candidatos a la presidencia de este País, no está de más recordar que debatir y dialogar no son lo mismo (digo, por aquellos que crean que vale la pena escuchar un debate).
El debate es un arte erístico. Es decir, un intercambio de argumentos cuyo fin es ganar a como dé lugar. En un debate lo que menos interesa es hacer luz o ganar claridad. Lo crucial es refutar al otro, imponer el propio punto de vista y alzarse con la victoria.
En un debate, cada una de las partes cree tener ya la verdad. Por eso no escucha lo que dice el otro, o si lo escucha no es para considerar cuidadosamente sus palabras, sino para encontrar el talón de Aquiles del rival y atacarlo con todo. No por nada Heidegger afirma que el debate es lo más ajeno a la actitud reflexiva y pensante. (Y también el arte más socorrido por los políticos).
Dialogar es otra cosa. Aunque “dialogar” es una palabra bastante manoseadita en nuestra cultura, “diálogo” viene de las palabras griegas dia/dividir y logos/razón.
El diálogo es entonces una razón dividida, razón que no está del todo segura de sí misma y, por tanto, es más bien un sendero que se pasea por el bosque de las opiniones que una carretera recta hacia la Verdad.
A diferencia del Logos (el Verbo o la Razón) que pretende ser una Verdad -así con mayúscula- finiquitada y revelada que ni se puede interpretar, ni modificar, ni rebatir; el diálogo es una verdad creativa, inacabada y abierta a modificaciones, argumentos y exploraciones.
Platón -que por algo fue un genio filosófico- no era ajeno al dogmatismo en el que tan fácilmente caen los devotos de las mayúsculas, fundamentalismo que convierte cualquier intento de establecer una verdad en un monólogo sacerdotal sin derecho de réplica.
De ahí la elección platónica del diálogo como la forma privilegiada de hacer filosofía.
Como bien dice Emilio Lledó en su introducción a los Diálogos de Platón (Ed. Gredos): si para la religión “en el principio fue el Logos” para el pensamiento “en el principio fueron los diálogos”.
Y es que únicamente por medio del diálogo -el intercambio de ideas entre personas que se saben falibles- el intelecto puede investigar, tratar de entender, y preguntar. A falta de dogmas o autoridades omniscientes, quienes dialogan se saben necesitados de otros ojos, otras perspectivas, otros puntos de vista para enriquecer lo pensado. Así el Sócrates platónico dice: “a la verdad se va en comunidad”.
Pero para Platón las posibilidades del diálogo van más allá: sólo por medio del diálogo puede el hombre pensar, porque pensar no es otra cosa que el “diálogo del alma consigo misma” (Teeteto, 189e).
Quien cree tener la Verdad o haberla recibido de alguna autoridad ya no piensa sino que afirma, impone, predica.
Por eso Platón elige la forma del diálogo para transmitir lo que originalmente fue la aventura de la filosofía: ese dudar, preguntarse, compartir ideas, avanzar sólo para volver sobre los propios pasos y volver a pensarlo todo sin fin, sin respuesta definitiva, como corresponde a la tarea – eminentemente humana- de buscar por uno mismo.
Hay quien dice que esta búsqueda sin fin es triste. Se equivocan. Es la más alegre de todas las actividades humanas pues, al final, no es más humano quien tiene la Verdad. Muy al contrario, como prueba el fundamentalismo de todos colores y sabores, es más humano quien -como Sócrates o Unamuno- se dedica a buscar la verdad aún a sabiendas que jamás ha de encontrarla mientras viva.
Por lo pronto, yo el Domingo le voy a apostar al fútbol. Ver el partido de vuelta del Morelia-Tigres es menor pérdida de tiempo que ver un “debate” político.
Más claro ni el agua clara, Claudia. Habrá que enviar este mensaje tuyo a las cámaras de diputados y senadores (a ver si pega con alguno), al presidente, a los partidos politicos, a los empresarios, a los maestros, a las familias, etc., etc., y/o crear una Campaña Nacional del Diálogo para empezar a aprender este difícilísimo arte de escuchar a fondo a los otros y conceder la posibilidad de que muchas veces tengan tan buenas o mejores razones que uno mismo… O, si entendí bien, lo que necesitamos son unas clases para aprender a ser humildes (como las que ofrece Heidegger)…¿Cuándo diseñas un programa para enseñarnos a dialogar como se debe? Por lo pronto me dejas como siempre pensando y motivado para buscar la forma de aprender a dialogar como Platón manda.
Agradecido como siempre por la luz que propagas, recibe por favor un saludo afectuoso.
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Mi querida maestra:
yo preferí olímpicamente (para seguir con los griegos juas, juas, juas) saltarme el debate. Es lo único que puedo aportar, y decir que me encanta leerte. Gracias como siempre…
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